domingo, 29 de abril de 2012

1980- Cuento Corto

Pertenecíamos a una familia humilde, proveniente del interior del país. Papá falleció cuando éramos muy pequeñas.

En cuanto nos hicimos un poco mayores, mi mamá, corajuda como pocas mujeres de tan escasos recursos, decidió abandonar la falta de perspectivas del pueblo para venir a Buenos Aires, en búsqueda de trabajo y un futuro digno para sus hijas.
Pese a su limitada formación, sus sabias palabras nos inculcaron una natural inclinación a la curiosidad. 

-“Aprendan a comprender el mundo y podrán conocerse a si mismas”, decía.
Mi hermana y yo crecimos muy unidas, compartiendo amistades e intereses, aunque tuviéramos personalidades distintas. Todos la veíamos extremadamente idealista, inteligentísima, de espíritu obstinado. A mí, sin embargo, se me ubicaba como una niña dócil, más bien introspectiva  y  prudente.  
Formábamos una amalgama perfecta, sin fisuras, inquebrantable. Eso pensaba yo….
Los años transcurrieron cambiando el enfoque de nuestras vidas y de nuestro entorno. Nosotras maduramos, empezamos a tomar nuestras propias decisiones, gozando de libertad. La ciudad, por otro lado, perdió su juventud en manos de la injusticia, por su libertad extraviada.  Vivíamos tiempos revueltos en aquél entonces…
Un día escuchábamos en la radio noticias sobre la revolución electrónica, la amenaza nuclear, la reconstrucción del ADN humano. “El prodigioso avance de la ciencia y de la tecnología en detrimento de la humanidad”, decía el locutor.  Enseguida volvió a difundir noticias locales de contenido cuidadosamente elaborado, para evitar pronunciar algo que pudiese ser considerado inapropiado, penalizado por la censura implacable de la época.
Fueron momentos de la historia del país donde reinaba una calma aparente, otrora aclamada por el pueblo y que ya resultaba sospechosa.
Meditando sobre las palabras del locutor acerca del futuro de la humanidad, me sobrevino una idea que llevaba tiempo rumiando: “Me gustaría estudiar una carrera de ciencias sociales”,  concluí. Mientras, mi hermana exploraba absorta la mesa de estudios, como si estuviera hiptonizada... 

-Entonces le pregunté: “Ya sabes que carrera universitaria quieres cursar?”. 

-"De eso quería hablarte. Acompáñame”, sentenció.

Me agarró de la mano y me condujo por la escalera hasta nuestra habitación. Yo la seguía intrigada, sin comprender muy bien su excitación… En el cuarto se puso a esculcar en el placard. De súbito sacó un manojo de diarios extranjeros ; ” regalo de una amiga española”, remarcó . Me los mostró como si se tratara de un descubrimiento inigualable, de verdaderas obras de arte. Deslizaba sus dedos por imágenes y titulares, acariciándolos con ternura.   

-Entonces exclamó: “Quiero ser periodista!”.
Luego se quedó durante algunos minutos callada, mirando al horizonte a través de la ventana, y agregó: ”Quiero transmitir información a las personas para que comprendan el mundo y se conozcan más a si mismas”. ..

En ese instante se asoma mi mamá por el umbral de la puerta, llamándonos para almorzar.
En esa mañana de 1979 vibramos juntas gracias a la aventura de incursionar en una nueva etapa, de ser capaces de trazar el rumbo de nuestros destinos.
Estaba decidido: ella estudiante de periodismo y yo estudiante de sociología  Nos restaba providenciar todos los documentos necesarios, realizar las gestiones pertinentes y esperar al comienzo de las clases en marzo de 1980.
El verano del 79 fue inolvidable. Viajamos con los padres e amigos de la secundaria a  uno de los lugares de veraneo más concurridos de la costa. Estaba repleto de gente joven, había mucho ambiente.
Fue en la heladería donde mi hermana conoció a Nico. Afortunadamente mamá no estaba cerca, así que pudieron intercambiar miradas sin miramientos. El rostro de mi hermana se iluminó de una forma desconocida para mí. Se había enamorado...
Lo cierto es que dondequiera que estuviéramos mi hermana y yo, estaba Nico cerca de alguna manera. Era notorio que él también estaba fascinado por ella. FInalmente, una de nuestras primas los presentó. Se volvieron inseparables. Al menos por un tiempo…
Nico me resultaba muy parecido a ella: inteligente, enérgico y  carismático.  Se potenciaban gracias a la empatía extraordinaria que existía entre ellos: mi hermana plasmaba sus ideales y Nico los articulaba con elocuencia.
Volvimos a casa cuando terminaron las vacaciones. Ellos siguieron juntos. Se les veía muy felices. 

Confieso que me sentía celosa, dejada de lado por mi hermana; aunque me alegraba el corazón verla tan radiante.
Naturalmente mamá ya conocía a Nico y aprobaba la relación.  De hecho le tenía tanto afecto que lo trataba como a un hijo más. Inclusive le cocinaba sus platos favoritos… “Hasta a mi mamá Nico conquistó con sus reflexiones”, cavilé suspicazmente.
Sentadas en el living, charlábamos sobre el comienzo de la Universidad y de las expectativas que albergábamos. 

-Mi mamá le pregunto a mi hermana: “Que va a estudiar Nico?”. 

- Ella respondió: “periodismo, como yo”. 

- Mi mamá sonrió y le previno: “ustedes dos son como uña y carne, está bien. Pero no descuides tus estudios porque tu bienestar depende de ello”.  

Mi hermana asintió. Yo me encogí de hombros, resignada al hecho de que mi hermana pasaría más tiempo con su novio que conmigo.
Por fin, nos presentamos a nuestro primer día de clases. Éramos universitarias. Nos sentíamos orgullosas. Mi hermana, además, ya creía que podía cambiar el mundo.
La vida en la facultad era entretenida y agotadora. A mí me tocaba leer libros de filosofía, psicología y lengua. Me la pasaba leyendo. Así también consumía el tiempo mientras estaba sola. Sí, andaba muy solitaria...  Todavía no había hecho nuevas amistades, pese a los casi 8 meses que llevaba de cursada. Me costaba, era tímida.
Asimismo mi hermana ya no estaba disponible. Entre sus estudios, Nico y su grupo de amigos pensadores, ya no tenía tiempo para mi.
Nos encontramos a comer un mediodía, ella y yo. Yo sentía resentimiento por su abandono. Ella se dió cuenta naturalmente, me conocía muy bien. Así que empezamos a hablar, en principio. 

-“No entiendo porque me reprochas. Nos vemos todos los días en casa. Por qué no haces nuevos amigos?”, me lo soltó a destajo. 

Me dolía que no percibiera que la extrañaba. No pude contenerme y le vocifere:

- “ Eres una egoísta! Ahora solo quieres saber de tus nuevos amigos, según tus intereses…”.   

Y empecé a llorar. Me fui. No quería brindar un espetáculo gratuito en un lugar público.
Más tarde, ya en casa, tumbadas en nuestras camas, mi hermana susurró: 

- “Elena, yo te quiero mucho”. 

- “Yo también”, le contesté y apagué la luz.
En la mañana siguiente, mientras desayunábamos, yo no podía siquiera mirarle a los ojos. Me encontraba avergonzada por lo que le había dicho  y temía que la armonía de la relación se hubiese roto de forma irreversible. Mi hermana parecía irritada, se movía sin cesar.  Así se ponía en verdad cuando la culpa le hostigaba.
De camino a la Universidad, decidimos no hablar de la desavenencia ocurrida. Dialogamos sobre los estudios, sobre la gente de la facultad. Entonces le confesé que me gustaba un chico de tercer año de Psicología. Me miró sorprendida y me recriminó que no se lo hubiese contado antes. “Porque ya no te interesan mis asuntos”, le suspiré cabizbaja.
Fue la mañana de nuestro reencuentro. A partir de ahí empezamos a juntarnos regularmente a tomar un café entre los intervalos de las clases. Estábabamos prácticamente en el mismo edificio, por lo que nos encontrábamos en la placita del campus.
Volvimos a intercambiarnos confidencias y a charlar sobre los eventos conturbados que acechaban al mundo en esa época.  "En gran parte de America Latina corren días grises donde la opinión de todos se sometía a la voluntad individual de algunos", solía reflexionar mi hermana
Y llegó diciembre de 1980. Recuerdo que las calles porteñas lucían sus fornidos adornos de navidad y en la radio no paraban de sonar canciones de los Beatles.
Nos juntamos como de costumbre en la placita. Pretendíamos definir los regalos navideños que queríamos comprar. En el interín, se acercó uno de los amigos pensadores de mi hermana. 

-“Han oído que mataron a John Lennon?”, nos lo comentó indignado. 

Y nos mostró una foto de John con un hatta en la cabeza. 

- “Este conocido pañuelo simboliza el eterno sacrificio que el pueblo palestino hace por su libertad”, mencionó.   

Se miraron cómplices, mi hermana y él. No se porqué me subió un escalofrío por la espina a causa de esa mirada. Mi intuición presagiaba algo terrible.
Su amigo se fue. MI hermana se marchó tras él. Pareciera que la muerte de John Lennon hubiese desatado alguna urgencia que yo no lograba comprender.
Así que la seguí y la hallé debatiendo fervorosamente con sus amigos filósofos. Ni siquiera se percataron que me habia sumado al grupo. Se escuchaban gritos de reivindicación por los derechos civiles, por la libertad. Hablaban de artistas exiliados y jóvenes desaparecidos. 
Incluso vociferaban la historia real de una prima de uno de ellos: una estudiante de secundaria, de apenas 16 años, que desapareció misteriosamente hacia 4 años. Ella pertenecía a la UES , una agrupación que había reclamado en 1975, ante el Ministerio de Obras Públicas, el otorgamiento del boleto de autobús con descuento estudiantil secundario.  

Nico no estaba entre ellos, en esa ocasión…
En medio de tanto ardor, me acordé de aquél locutor periodista, su prudencia al difundir las noticias de cuño local. La realidad es que él seguía impartiendo noticias, mientras que la voz , la visión del mundo de la estudiante de secundaria, fue acallada. 

Temí por mi hermana. Era consciente de que ella había elegido los pasos de la estudiante, en lugar de los pasos del locutor.
Cuando me dí cuenta, ya era un poco tarde. Su convicción era tan extraordinaria que de poco o nada sirvieron mis consejos. Me sentía impotente, conforme continué sintiéndome en los meses, años sucesivos
Sí, lo inevitable sucedió. En un día nublado, a mediados de diciembre de ese año, el comando militar visitó la facultad sin previo aviso. Los maestros intentaron detenerlos, pero no hubo manera. Se llevaron a mi hermana y a casi todos sus amigos pensadores, bajo la acusación de subversión del sistema. Y como ejemplo para los demás, quemaron todos los libros, anotaciones y diarios “subservisos” que tenían en su poder, en la misma plaza central del campus.
En la misma plaza a la que acudiría yo, a partir de su secuestro, para conectarme nuevamente con mi hermana, con nuestras conversaciones diarias...
Mi mamá recurrió a la policia  y a todos los organismos de justicia de la capital. Buscaba desesperadamente a su hija. También a Nico. La mamá de Nico y mi mamá se unieron en detrimento de la triste causa común y acudían todos los días a tales organismos.
Pasamos unas fiestas melancólicas, cargadas de desesperanza. A medida que pasaron las estaciones, sin recibir noticias alentadoras, mi mamá fue cayendo en una profunda depresión.
El estado de impotencia que antes me asolaba debido a las ideas liberales de mi hermana, permanecía. Aunque volcado al sufrimiento de mi madre…
Las clases hubiesen continuado siendo las de siempre, de no ser por las miradas de soslayo de alumnos y profesores que denotaban  pánico y lástima mezclados.
“Vivimos tiempos revueltos…Tiempos de una sigilosa inseguridad”, pensé…
Corrió el año de 1981: bajo el yugo del rencor y de la apatía. Yo estaba inmersa en una burbuja de libros y ausencia. Mi mamá actuaba como una máquina disciplinada, una trabajadora que emitía su reclamo cotidiano, a merced de sus sentimientos perturbados.
Me encerraba en la biblioteca; era mi rincón preferido. El único adonde el silencio no me hería el alma. Pasaba incontables horas entre la presencia de muchos y ausencia de todos.  Y así 2 años más de mi vida transcurrieron.
Un día, en ese mismo rincón, un chico se sentó enfrente mío. De apariencia debilucha y rostro afilado, parecía un chico más del montón; salvo porque no me miraba de reojo, sino más bien me encaraba. Coaccionada reaccioné: “Por qué me miras tanto?”. Sin preámbulos me preguntó: “Eres la hermana de Mercedes Fernandez, verdad?”
Palidecí. Un maretomo de sensaciones recorrió mi cuerpo en un santiamén. Finalmente atiné a responder que sí. 
- “Yo sé donde está Nico”, atestiguó el chico debilucho .
- “Cómo que sabes donde está Nico… es que está vivo?!?”, clamé. 

- “Sí, sí… Yo fui a alistarme al servicio militar y lo conocí. Un flaco muy piola, buen conversador” - yo lo miraba atónita- 

- “él lleva en el cuerpo aproximadamente dos años. Me dijo que ha sido convocado al frente de la Guerra de las Malvinas…”.
Entretanto el chico de rostro afilado pronunciaba sua declaración de simpatía hacia Nico, un atisbo de mi esperanza se mostró a través de la amplia sonrisa que le brindé. Y le interrumpí de pronto: 

- “ Sabes dónde está mi hermana?!?" 

Él me dijo que quizás sí. Me levanté de la silla como si fuera a volar. Y volví rápidamente: 

- “cuéntamelo todo, te lo ruego”.
Me detuvo por 2 horas. Contó que Nico le habló mucho de su amada, que la había encontrado en un hospital, enferma de pulmonía a causa de los malos tratos y que elaboró un plan para sacarla de ahí. Además me confirmó que Nico logró eludir a la persecución del gobierno de facto gracias a un amigo suyo. Un general del ejército que lo incorporó a su batallón y accionó diferentes contactos con el fin de sacar su nombre de la lista de los subversivos. Tras unos minutos de asimilación, le pregunté: 

- “Por qué Nico no buscó a su familia?”. Y me negó que supiera el motivo.
Creo que fue uno de los días más felices de mi vida. Sin duda lo fue...
Decidí no compartir con nadie, ni con mi mamá, la información que había obtenido. Quería primero asegurarme de su veracidad y evitar que todos sufrieran aún mas sinsabores. A sabiendas de la localización exacta y el regimiento al cual pertenecía, logré comunicarme com Nico. Lo llamé por teléfono y combinamos una cita.
Mi pecho latía con mucha fuerza, parecía que iba a explotar. De entre los árboles, avisté la silueta de Nico. Corrí hacia él. Lo abracé con mucho cariño y con lágrimas en los ojos. Su presencia también hacia con que sintiera a mi hermana  más cerca…
Charlamos toda la tarde y me dió uno de los mejores regalos que he recibido jamás.
- “Acabo de llegar de Entrerríos”, me comenta. 

- “Hoy es un día maravilloso para mí: puedo gozar de mi libertad totalmente”, compartió.
- “Me recluí en el ejército para salvar mi pellejo, pero ahora ya no lo necesito. Mi amigo el general finalmente logró limpiar mi ficha”, suspiró aliviado.
Entonces todo su rostro me sonrió al empezar a contarme sobre el plan que llevó a cabo, de como consiguió trasladar a mi hermana, camuflada con su tropa, hasta Malvinas. Y que allá Mercedes permanecía, saludable y confiante en que pronto regresaría a casa.
- “Y Por qué no podemos verla??!!”, le pregunté. 

- “Porque es una prófuga, según los militares...Por el momento tenemos que ocultar su paradero…”, me alertó.
Deseaba volver a casa cuanto antes para contárselo a mi mamá, asi que besé a Nico y le hice prometer que se comunicaría con su madre inmediatamente.
Mi mamá me aguardaba ansiosa. Yo solía regresar antes de la facultad, por lo que estaba preocupada.
Pedí que nos sentáramos en el sillón y compartí las buenas nuevas.  Lloró de emoción durante 1 hora, abrazada a mi regazo-.
La espera fue sin duda más gratificante que la desesperanza. Así que los meses consecutivos fueron muy llevaderos.
Y llegaron las fiestas. Fueron especialmente jubilosas en ese año. En el 10 de diciembre de 1983, Argentina abrió nuevamente las puertas a la democracia.
Mi hermana regresaba a casa.

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