Bar Contreras - Cuento Corto
Que alegría verte!, exclama Juan al llegar en el bar Contreras, a la hora pactada.
Cierto, hace mil que no hablamos, coincide Pablo cuyo brandy no suelta ni siquiera para abrazar a su amigo.
Se dan un beso en la mejilla, muestra del grado de amistad que aún los une.
Entonces dime, en qué andas? Sigues casado con Magdalena?, pregunta Pablo
No, que va... Nos separamos hace 2 años, confiesa Juan
Hum, qué bajón! Ustedes tuvieron hijos, no?
Sí, sí, tenemos 2 varones. Ricardo tiene 11 años y Antonio tiene 8.
Cómo se lo tomaron? Ya se adaptaron a la nueva situación familiar?
De a poco van acostumbrándose. En verdad Antonio lo lleva un poco peor.
Sí, es natural. Con el tiempo todo se asentará, afirma Pablo alentador.
Juan se queda pensando abstraído. Pablo se mantiene callado, imaginándose que su amigo recuerda a su ex mujer y que quizás todavía la extrañe…
Como para cambiar el tono de la conversación, le pregunta: Y de mujeres, qué onda?
De pronto, el semblante de Juan se transforma. Le sonríe a Pablo con aire picarón, le da una palmadita en la espalda y le dice: “te tengo que contar una historia que no te la vas a creer”.
Y le pide al mozo otra ronda de brandy para los dos.
Sentémonos, dice Juan mientras agarra a Pablo del brazo, forzándole a sentarse a su lado.
Pablo se acomoda en el banco y aguarda ansioso.
Te acuerdas de Diego? Uno de los chicos de nuestra pandilla de la universidad?, pregunta Juan
Pablo medita, da vueltas y suelta una carcajada. ““Me estás jodiendo?!? Diego, el loquito, el infiltrado?”, grita.
(Todo el bar enfoca la atención en la conversación de Juan y Pablo a partir de ese chillido)
Juan asienta con la cabeza mientras se toma un largo trago del Cordon Blue. Se limpia la boca con la manga de la camisa, le mira fijamente y continua: lo reencontré de casualidad en un recital de Ramones hace un mes. Está igual, en todos los sentidos…
Y suelta una sonrisita irónica que Pablo capta de inmediato y retribuye.
Pero dime, volvieron a verse después del recital?, le cuestiona Pablo.
Pues mira, él me anduvo llamando durante días y no le respondía los llamados. Sin embargo llegó una instancia en la que ya me sentía culpable, mala persona por no darle bolilla. Así que lo atendí.
Juan hace una pausa para engullir una bocanada de humo de su pucho y prosigue:
la cosa es que finalmente quedamos un día a cenar, en un restaurante mejicano que él sugirió.
Como no sabía muy bien adonde quedaba el lugar, Diego se ofreció para buscarme con su auto y yo lo acepté.
Ya en su auto lo notaba demasiado excitado, inclusive pensé que podría haber consumido alguna droga, pero luego me acordé que él siempre estaba sobresaltado. Traté de mantener la buena onda, evocando recuerdos de nuestros encuentros veinteañeros, mientras desconocía los planes que ya tenía elaborados en su mente.
En ese momento, Juan se detiene porque se atraganta con las ansias de risa que le invaden. Respira hondo y agrega: Fue una noche inolvidable Pablo, inolvidable…
Te voy a llevar a un boliche que te va a volar el bocho*, me soltó de pronto . Entonces lo escrudiñé, desconfiando de su elección, y le pregunté qué clase de programa había planeado.
Me trató de convencer para encontrarnos con un par de amigas suyas, rogándome que le hiciera la gamba porque le gustaba mucho una de ellas.
Pablo pide otros 2 brandies y exclama con palabras torcidas: Me imagino lo que serían esas amigas!, descorchándose de la risa mientras atina a encajar su cola nuevamente en el banco que tambalea.
Juan afirma: no amigo mío, no te imaginas lo que eran esas chicas... Yo tampoco me lo imaginaba, la verdad. Lo cierto es que terminé por acompañarlo.
Fuimos a un boliche oscuro, con la fachada manchada por las huellas de la dejadez y un letrero rojo que indicaba Paradis; su aspecto era decadente en general, no solo por la “e” de Paradise que se había desplomado sin que nadie se preocupara por arreglarla.
Al entrar, me percaté que había pocos hombres y muchas mujeres con poca vestimenta y labios carmesí. De repente me dí cuenta de todo... Lo agarré a Diego del brazo y lo apreté: boludo, esto es una casa de putas! Como no me dijiste que pretendías venir acá!
Él se puso muy nervioso, subiendo y bajando sus anteojos de nerd compulsivamente. Yo lo miraba con las manos en la cintura, en posición de jarra; estaba realmente molesto porque me había mentido.
Entonces confesó que hacía meses que no dormía con una mujer y que no había tenido valor para informarme de la totalidad de sus planes. Pero que lo que sí era cierto es que necesitaba que yo le ayudara...
Pues bueno, me quedé. En verdad no me parecía tan terrible. Al final consistía en tener a varias beldades acariciándote mientras te tomabas un brandy.
Uno, dos, tres, siete, no sé. Unas cuantas copas fueron…
Entre ronda y ronda, se acercaron las “amigas” de Diego. Era un hecho, él las conocía. Probablemente fuera cliente asiduo de Paradise...
Una de ellas se pegó un metejón* conmigo, o con mi billetera más bien. Deslizaba sus uñas por mis pantalones como una plancha a vapor, sin dejar ni una sola arruga. Ni un pedacito de paño quedó sin ser “planchado”.
Y claro, entre la dosis sobrehumana de alcohol que ingerí y las caricias de la señorita de uñas punzantes, estaba totalmente rendido...
Pablo señala cómplice: es que bajas mucho la guardia ante tal escenario...
y pregunta: Qué pasó con Diego? Adónde estaba mientras te entregabas a los cuidados de una de sus “amigas”?
Diego estaba en unos sillones, “apretándose a otra señorita”. Bueno, en realidad ella lo cubría como un manto, lo encapsulaba… La tipa medía 1,80cm y Diego, ya sabes, no pasa de 1,60cm. Una escena un poco grotesca, dice Juan burlándose.
Y cómo siguió la noche entonces?, pregunta Pablo excitado.
Nada, como te digo la señorita me tenía a merced de sus encantos y al fin me condujo a uno de los cuchitriles del respetable establecimiento.
Y Diego?, insiste Pablo
También subió con una señorita a uno de los aposentos.
Pablo aporrea la barra del bar con su copa de Cordon Blue y vocifera: “Una noche inolvidable sin duda. Diego te habrá agradecido”, guiñándole un ojo.
(la audiencia interesada pega un salto ante la tensión del golpe de la copa en la barra de madera maciza)
No sé que decirte. Creo que en verdad no fue una buena idea que fuéramos a ese lugar…
Pablo lo mira aturdido: Bua, no entiendo nada. Al final Diego no consiguió lo que quería?
Déjame contarte el resto de la aventura... ataja Juan
Yo estaba en medio de la exploración detallada, entre hipo e hipo, de las virtudes de mi acompañante.
No habían transcurrido más de 20 minutos desde que nos habíamos recluido en el cuarto y, de repente, sonaron golpes insistentes en la puerta.
Mi acompañante gritó que el cuarto estaba ocupado. Y se oyó una voz al otro lado, gritando mi nombre. Ella me encaró esperando que yo reaccionara, pero no registré la situación. O sencillamente me negaba a registrarla…
Claro, la voz chillona era de Diego. Dentro de mi borrachera creo que alcancé a distinguirla aunque no sabía qué decía exactamente.
Dada la perseverancia de sus golpes, mi acompañante se medio vistió y le abrió la puerta. El vino derecho hacia mí y me arrastró hasta el baño del cuarto. Y nos encerró adentro. Empezó a decir con una convicción disparatada que había desistido de acostarse con una de sus amigas y que quería marcharse cuanto antes.
Por un momento, pensé que lo que escuchaba era fruto de mi estado de ebriedad, ya que todo me parecía demasiado surrealista a esa altura. Al fin atiné a preguntarle por qué quería marcharse con tanta urgencia.
Para mi total asombro, me dijo que no le gustaban las prostitutas porque su agrado era falso, íntimamente relacionado con los billetes que estuvieran en juego. Además se quejó que le había tocado una acompañante que no era la que a él le gustaba especialmente. Se le notaba frustrado…
Entonces le incentivé a que pidiera un cambio, para que le asignaran la chica que quería. Se negó y susurró a regañadientes que su “chica” estaba ocupada, atendiendo al que últimamente era el dueño de sus favores: un empresario de 60 años que la trataba muy bien, brindándole infinidad de regalos, para ella y para su hijo.
Acá hay una pizca de celos, pensé. Pareciera que Diego en realidad estaba enamorado de una prostituta sin sentimientos, el mismo género que él aparentemente rechaza… y procura.
Yo lo quería asesinar, aunque me embistió una ola de lástima a causa de su alma confundida. En una fracción de minutos mi cabeza se pobló de eventos vividos en los cuales Diego mostró su ambigüedad, su cobardía ante los propios deseos, ante las consecuencias de las actitudes tomadas.
Pero antes de que pudiera reaccionar, él abrió la puerta del baño y me dijo mientras salía que me esperaba afuera para que nos marcháramos.
Yo tardé unos minutos en digerir lo que estaba sucediendo. No me quedaba otra, habíamos ido en su auto y yo no tenía ni idea de mi localización. Me tenía que ir con él.
Empecé a vestirme. Mi acompañante me miró burlona y preguntó: volverán la semana que viene? Yo le respondí que no sabía, que capaz. Ella incisiva agregó: tu amigo seguro que sí…
Juan sorbe las últimas gotas de su copa, dando por zanjado el cuento. Y fija sus ojos, pensativo, sobre unas fotos de algunos célebres jugadores de fútbol, colgadas en una de las paredes del bar Contreras.
Pablo se solidariza al verle tan preocupado y dice: “Diego siempre ha sido una fuente inagotable de anécdotas… Seguro que nos divertimos juntos. Invítale para que venga a tomar algo con nosotros en la próxima ocasión”, sonríe complaciente.
Sí, dale! exclama Juan. Así Diego sociabiliza en otro tipo de “boliches”… Le va a venir muy bien, le va a venir muy bien...Concluye
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