sábado, 23 de junio de 2012

Amor Platónico

Apoyada sobre el vidrio que separa la incubadora de la sala de observación, recuerdo los primeros pasos- aún en el vientre materno- de mi sobrino recién nacido: Alfredo Doga Vargas. Todavía siendo una sorpresa, un deseo notorio a la vez que controversial, su corazoncito embriogénico latía rápido y contundente; pareciera anunciar los cambios de rumbo inminentes y la certeza de su condición de brújula de nuestros destinos.

Así, con una mano sobre el cristal frío- cual libro sagrado- emito una promesa: "contaré tu historia: esa en la cual participaste, pero que no recordarías..."  

Y permanezco largo rato, a merced de las imágenes y sonidos que pueblan mi mente. En la otra mano, un sobre abierto, timbrado con el logotipo de un laboratorio genético.

Sí, sí... Cuándo sea oportuno, podré contártela; te relataré cómo la divergencia se fundió en un crisol de eventos conturbados y decisiones casuales.

Describiré mi percepción de tu madre: Beatriz. Sí, te hablaré de sus errores, de su fresca ingenuidad que, pese a todo, recuperó el vigor de estrella nueva. Citaré también a Osvaldo- prefiero no ocultarte este personaje crucial, aunque me costará ser objetiva. Y sobre todo, alabaré la gran amistad que unió a Pedro y a mi hermana: tu madre.

Una sólida amistad de la infancia; su recuerdo me inunda de ternura... Parecía inquebrantable, incorruptible. Jugábamos todos juntos, con los demás chicos del club. Pero, al ritmo de la rueda incesante que es la vida, cambiamos. Ya en la adolescencia, observé como Pedro pasó a dedicar mucho más tiempo a mi hermana. Sospeché que él se había enamorado de ella.

Pero la confirmación se hizo rogar. Hasta que un día, momento en el cual la confesión era menester dadas las circunstancias, Beatriz me lo dijo... Me contó que acudió a una fiesta al aire libre con Pedro, que empezó a llover y se empaparon. La casa de Pedro estaba muy cerca del lugar, por lo que allá buscaron cobijo.

"Y entre risas y rayos, de súbito, la mirada de Pedro quedó fija en mis pezones, que se insinuaban detrás de la remera de lino blanca", susurró mi hermana con sonrisa plena. "No pudimos controlarnos, tal vez por el vino, por el cariño que nos une... No sé...Hicimos el amor". Súbitamente, su sonrisa iluminada dio lugar a unos ojos ensombrecidos. Entonces nuestra conversación se convirtió en una especie de reunión profesional, cuyo mero objetivo era trazar acciones de contingencia para volver a encajarse en el plan principal.

El plan principal consistía en perseverar en su inestable relación con Osvaldo, en sus promesas de felicidad caduca. Osvaldo era el candidato perfecto, según sus parámetros de ideal amoroso: próspero, atractivo, bien relacionado. La clase de hombre que le enorgullecería presentar a los maridos de sus amigas.

Pedro- poco agraciado, cuyos hombros sienten una atracción irrevocable hacia el suelo- no cuadraba en esa guía del hombre ideal. Así que mi hermana prefirió borrar el suceso de la noche lluviosa y la dádiva de aquélla involuntaria sonrisa brillante

A pesar de que le señalé la contradicción en que la que estaba inmersa, se dedicó de cuerpo y alma a una clase de juego de las adaptaciones. Esas amigas suyas, curiosa influencia, lucían similar: parecían descender de los mismos genes. Probablemente por las diversas cirugías estéticas a las que se sometieron- dos o tres al año, por lo menos: que si una nariz nueva para el primer hijo, una liposucción post embarazo... en fin, una lista interminable de motivos de lo más variopinta. Lo cierto es que Bea quería convertirse en la viva imagen del anhelo de su entorno, de acuerdo a la guía de la mujer perfecta, la que circula copiosamente- a un módico precio- por los canales de televisión.

Y así fue, la mujer perfecta: una muñeca perfectamente maltratada. A los pocos meses de vivir juntos, Osvaldo se delató. La pulcritud propia de los comerciales de crema dental fue sustituida por la negritud de las crónicas de violencia doméstica. Mi hermana, todavía no logro comprender las razones, permaneció al lado de su verdugo, proveedor de joyas y odio. En ese momento la maldije por estúpida, por hacer con que me sintiera impotente ante la rabia que me generaban las agresiones de Osvaldo hacia ella. Solíamos discutir a menudo, sobre todo porque ella siempre justificaba las actitudes de él, para concluir por responsabilizarse por su enajenación mental.

Hasta que, después de algunos episodios de palizas y palabras venenosas, tu madre, visiblemente aterrada, confesó que estaba embarazada y que tenía mucho miedo de decírselo a Osvaldo. Al parecer, Osvaldo descubrió que Pedro y ella habían dormido juntos. No me sorprendió al escucharlo: cualquiera que observara la mirada encendida de Pedro cuándo se encontraban, se daría cuenta de inmediato. Lo que sí me sorprendió es que Osvaldo tenía un amplio abanico de amantes, a las que no trataba de ocultar en absoluto.

La situación tendía a inmolarse de una forma u otra. Porque así es todo, querido Alfredo: las personas devienen y todo se transforma en un proceso de continuo nacimiento y destrucción al que nada escapa...

Tu corazón célere y contundente, esa brújula, reclamaba su espacio en el mundo. Beatriz- reflejando tu mudo reclamo, pienso a veces- me dijo con una convicción profunda, oriunda de las entrañas: quiero tener a mi bebé.

Entonces, una tardecita en mi casa, Osvaldo telefoneó. Nosotras habíamos combinado previamente: era mejor comunicárselo a distancia. En cuanto Beatriz pronunció la frase: "estoy embarazada", se pudo escuchar con nitidez a Osvaldo que dijo: "¿Y me lo comunicas por teléfono? Me parece de extremo mal gusto, típico en ti... Voy a buscarte" y colgó.

Pensé que quizás fuera más prudente salir de mi casa.  Miré a mi hermana: nunca la vi tan pasiva... Esa escena me rescató de la memoria la película "Bambi", que veíamos de chicas. Beatriz era Bambi, un gabato asustado frente a su depredador.

Decidí por las dos. Vamos a enfrentarlo, tarde o temprano habrá que hacerlo. "Mejor llamo a Pedro", cavilé... Y así lo hice. Al comienzo el pobre no entendió nada; hacía algún tiempo que no nos hablábamos. Le resumí el panorama, le dije: "necesitamos tu soporte porque Osvaldo está muy nervioso, viene hacia mi casa y tememos la reacción que puede tener ya que acabamos de comunicarle que Beatriz está embarazada". Pedro se quedó mudo. Luego de unos dolorosos segundos, preguntó: "¿Y no está contento?". A lo que respondí: "No, no, más bien está muy enojado. No desea a ese hijo, sobre todo porque puede que no sea el padre". Pedro reaccionó consternado: "¡¿Cómo?!. En ese instante sonó el timbre: era Osvaldo. Le insistí: "vente ya. Este tipo es violento. Acaba de llegar... Tengo que abrirle la puerta".

Abrí la puerta. Osvaldo irradiaba una energía avasalladora: sus ojos tenían las pupilas dilatadas, su respiración caliente pulsaba acelerada. "¿Dónde está?", me preguntó a bocajarro. "Está sentada en el living. Vino derecho del hospital acá, luego de recibir el resultado de los análisis", le respondí. Él me empujó y se dirigió al living.  Se sentó a su lado, le agarró de la muñeca y le ordenó. "Vámonos a casa ahora mismo. Este tipo de asuntos hay que tratarlos entre la pareja, como corresponde". Y la levantó abruptamente del sofá. Yo, en un ímpetu de valentía imprudente, le advertí: "¡En mi casa exijo que se le trate a mi hermana con delicadeza!". Ese arrebato me costó escuchar toda clase de improperios; los cuáles, definitivamente, no deseo rememorar.

Mi hermana, tenía la cabeza agachada, como si quisiera esconderla dentro del torso. Un ademán que se asemejó al de Pedro. Tal vez un signo, común sin duda, de la toma de consciencia sobre la insignificancia de uno, su vulnerabilidad como ser social...

Osvaldo, de pie,  parecía disfrutar del espectáculo. Nos humillaba, escupiendo alaridos de desprecio, mientras yo rezaba para que llegara Pedro y mi hermana se encontraba rendida, presa de su debilidad.

"¿Y qué pasa perra... Acaso sabes quién es el padre?". Mi hermana, sin levantar la mirada, le afirmó que el hijo era suyo. "¡Mírame la cara covarde! ¡No te enseñaron que es de mala educación desviar la mirada!", Osvaldo gritaba, mientras la sacudía, atrapada de los dos brazos. Yo me acerqué, y él amenazante, tomó una estatua de bronce de la cómoda. La tensión en el ambiente pronosticaba lo peor... Osvaldo, en un impulso bestial, golpeó a Beatriz en la cabeza, con la estatua de bronce. Ella cayó de lado en el piso, semiinconsciente. Él, poseído, pateaba su panza. Yo le agarraba las piernas en un acto desesperado, hasta que, me tomó del cogote y me arrojó a un rincón.

Tras unos minutos de pánico y traumático martirio, sonó el timbre. Llegó Pedro. Osvaldo arrastró a tu madre hasta la cocina por los pelos y me mandó con ella. Abrió la puerta, y en cuanto vió que era Pedro, le pegó un puñetazo sin previo aviso. Pedro trató de dialogar pero Osvaldo era un caballo desbocado, que daba coces sin reflexionar.  

Se pelearon violentamente hasta que arribó la policía. Pedro- lo supe después- la había llamado. Ya en la comisaria, denunció a Osvaldo como agresor. De esa forma, Osvaldo necesitaba defenderse, lo que nos brindó un periodo de tregua.

Beatriz se tiró algunas semanas en el hospital. Los doctores querían asegurarse de que ambos, ella y tú, un feto de 5 meses, no habían sufrido mayores daños. Pedro la visitaba todos los días. La cuidaba con una diligencia innegable. Así, a través del infortunio, fortalecieron el hermoso vínculo que los unía.

Tras tres meses de ajetreo legal, una de las principales interrogantes pendientes, era la identidad de tu padre. Osvaldo, abogados de por medio- debido a que la justicia dispuso una medida cautelar de distanciamiento- declaró que no estaba dispuesto a hacerse la prueba de paternidad

Para Beatriz, creo yo, esa fue la gota que colmó el vaso. Podía soportar que Osvaldo no la quisiera como realmente es, pero que no quisiera a un posible hijo suyo, ni siquiera un poco, lo suficiente para instigarle a averiguar, le parecía patético.

Pedro, al enterarse de la decisión de Osvaldo, se ofreció para hacer el test. Finalmente, por exclusión, sabríamos quién es tu padre biológico. Aunque mucho no deberá importarte...

Aquí lo tengo, el resultado escrito con lágrimas y renacimiento, letras grises y sello; debidamente avalado con la firma del doctor.

Apoyada sobre el vidrio, reitero: sí, te contaré tu historia. Ansío que sepas valorar al noble Pedro que- si bien no es tu padre biológico- lo es en el total significado de la palabra. Es el mejor padre que podrías tener.

domingo, 10 de junio de 2012

La hazaña

A través de los lentes rectangulares, proyecta su vida con ordinaria alineación- o alienación, tal vez... Esa línea es la que segmenta su universo miope, traduce su sistema burocrático; un universo de certezas predefinidas, de tácitas teorías.

Así la observa, a través del cristal turbio, con mirada voraz, incisiva, callada. Capta todos los detalles externos, gracias a la maña de los años nutridos de escrutinio intuitivo y disciplinado.

Mira sus manos: la izquierda, la derecha. Podría ser cualquiera, la tuya o la mía... Pero son sus manos: inseguras, rosáceas, litigantes. Manos capaces de componer melodías, uniendo sílabas y acordes en perfecto equilibrio. Ellas reflejan una sensibilidad despierta y hallan, entre las grietas de la rigidez mandataria, su oasis: ese libreto liberador en el cual plasma su voz, en dónde la vuelca visceralmente, en auténtica conexión con el presente. 

Una conexión momentánea, una curva no planeada en los carriles de la razón; se disipa al segundo, perdida entre los restos de la esencia obnubilada por la sombra de la realidad.

Una realidad rutinaria, tosca. La mecánica diaria de cortar fiambre en una tienda familiar.

El hombre con sus lentes, en apariencia, es un gran defensor de las tradiciones. Afirma que son un sacrificio necesario, y gratamente se curva ante el designio de prolongar los más de 35 años que existencia del negocio.

Una rendición que, superficialmente voluntaria, ha relegado su corazón a un segundo plano, dónde apenas se le distingue.  Moribundo, es casi el cuerpo desfallecido de la pasión. En ese plano, los sueños blancos están sucios, agrisados, envejecidos. Solo vibra una luz tenue, que alumbra el papel y el bolígrafo, refugio del convaleciente.

Pero no importa. Su amabilidad y obediencia son vanagloriadas por parientes,  consideradas como el bastión de la buena educación, del modelo a seguir. Ambas apócrifas, caducas, fugaces como una sonrisa automática de buenos días. Una especie de antifaz del dolor; un adorno para la impotencia latente.

Nadie, en verdad, logra descifrar el mensaje detrás de esos rectángulos. Son un escudo que disimula la vulnerabilidad, la incontrolable frustración. Nadie percibe, pues, que en el refugio del doliente, hay un arma cargada.  Ni siquiera su propio portador.

Él, de hecho, asume su personaje. Usa sus dotes artísticas para retratar la imagen esperada. Se enorgullece de ser el modelo familiar, la cordura, la garantía de un futuro próspero. Al fin de cuentas, es de los pocos caprichos que le permite a su ego... Sí, un respiro para una mente atrapada en esa máscara que emula la conducta de otros, tal cual señala la mayoría de sus clientes : "Cada día más parecido a su padre"...

Diferente a su hermano. Éste despegó sus alas en cuanto pudo y dedicó a reconstruirse en solitario.  Un rebelde que hoy es juzgado como un egoísta, ingrato, puesto que renunció al proyecto familiar. Sobre todo por el hombre de lentes rectangulares, que se siente- y se sintió-  traicionado por el hermano mayor. Traicionado por su ídolo, su héroe, antaño su modelo a seguir. Una traición que le magulla tan aguda como su propia culpa inconsciente.

Su hermano también estima a la familia. Y vuelve al nido, tras algunos años de ausencia aventurera.  Cuenta historias fantásticas, sobre culturas lejanas, romances apasionados y experiencias inolvidables. Cautiva a la audiencia, admirada y expectante por alguna novedad específica que, sin duda, lo trae de regreso a casa. Todos lucen muy contentos, salvo el hombre de lentes rectangulares. Su mirada es, como de costumbre, ininteligible. Sus manos, no obstante, denotan un nerviosismo ascendente.

Así que en un momento, el hermano mayor anuncia la buena noticia: van a publicar su primera novela. Hay un silencio decisivo, unos minutos de incertidumbre para el portador de la novedad. Él busca la aprobación de su familia. El logro no sería completo si no es reconocido, también, por sus afectos. De a poco, los susurros de felicitación van surgiendo. Hasta el papá del clan, dueño del "imperio" al que su hijo abdicó, termina por decir: "Creí que ibas a ser un vagabundo de por vida pero veo que algo útil has hecho. Estoy orgulloso de ti".

En ese preciso instante, del otro lado de la mesa, se escucha el ruido de una copa que se rompe. Las manos temblorosas del hombre de lentes rectangulares, están cubiertas de sangre. Él ha partido la copa, en un arrebato de ira enfocada. Se levanta de inmediato, va a la cocina. Los demás cruzan miradas atónitas, preguntándose el motivo de tal ímpetu. Detrás del herido, va la madre aprensiva. Lo encuentra acalorado, ensimismado, mirando fijamente el agua que corre por sus manos ensangrentadas.  Se acerca con un trapo para limpiarle. Ella percibe que la noticia le ha afectado de una manera perturbadora.
-Déjame verte las manos. ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué estás tan colorado?- indaga la madre
- Nada, me sorprende que ustedes aplaudan la dejadez de mi hermano en relación a su familia- responde con amargura.
- Pero dejémoslo estar. Ya sabes cómo es tu hermano... Él ha hecho otras elecciones, y nuestra tienda sigue en pie, gracias a tu sabia gestión.- dice la madre contenedora.
- Sí, estoy condenado a una vida de trabajos forzados, a una cárcel disfrazada de labor...
- ¡Pero si eres un ejemplo! El hijo que toda madre quisiera tener- refuerza su madre el papel que le corresponde...

Mientras recuerda algunas líneas borrosas de su rol de buen samaritano, se dispersa por unos segundos

- ¿Por qué no lo felicitas? Es tu hermano... ¡Además eres un chico bueno! -   la madre recita nuevamente su oración preferida

El hombre de lentes sale de la cocina con el mismo arrebato que lo ha llevado a romper la copa. Va en dirección de su hermano y le dice provocador:

- Mis felicitaciones... ¡Finalmente vas a poder ganar algo de dinero y dejarás de vivirnos!

Al hermano mayor se le nubla la apariencia. La sonrisa da lugar a una mueca de desagrado.

- Bueno, sí, siempre he ganado algo de dinero pero ahora ya no tendré que pedirles ayuda... Pero, dime,  ¿no te alegras por mi mérito?-
- Digamos que me alegro que al menos tú hayas podido realizar un sueño... Aunque una idea rumiante me persigue: creo que alguien debería pagar el precio por mi vida desgraciada. Yo ya no tengo más monedas...- responde enardecido.
El hermano mayor se le acerca con el afán de abrazarlo. Él lo empuja, lo tira al suelo. La madre se asusta y grita. El padre intenta detenerlo. Hay forcejeo, también lo tira furiosamente contra un mueble.
La madre estira su mano trémula, rogando que se detenga. Pero el hombre, ahora ya sin lentes, no responde ni siquiera a su nombre. Vuelve a la cocina. El hermano va detrás, tratando de tranquilizarlo. Toca su espalda. El hombre sin lentes gira bruscamente, portando una de las herramientas en la que es diestro: el cuchillo de cortar fiambre. El hermano se aleja aterrado. Lo encara sorprendido. Observa como el rostro carmesí, sin lentes, delata el compás acelerado de sus venas pulsantes. Ese rostro transmite un mensaje claro, a la vez que sombrío.
- ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan enajenado?
- ¡Me robaste la vida! Yo tuve que mantener a nuestros padres, mientras nos abandonaste para vivir un sinfín de peripecias... Y encima vienes ahora a restregármelas en la cara...
-No he venido a restregar nada, vengo a compartir...- intenta hablar el hermano pero es interrumpido por los alaridos del rostro carmesí.
-¡Soy tu víctima! Te di mi vida para que pudieras disfrutar de la tuya... Para que pudieras cumplir mi mayor sueño frustrado...

Habla sin mirarle a su hermano, camina de un lado a otro mientras enarbola el cuchillo como si fuera la extensión de su brazo. Y sigue:
- Aquí estoy: lo único que me queda es aceptar mi papel de ejemplo, de hijo perfecto; resignarme a la  vida hueca, con encefalograma plano, a la que me veo obligado a afrontar. Y encima, pese al poco fundamento que la sostiene, también quieres ocupar esa posición. No... ¿Cómo nadie se da cuenta de tu avaricia?- y se larga a llorar con una ferocidad inusitada.
La madre al verlo así, cruza el soportal de la cocina para consolarlo. Cuando le toca la cabeza, él se levanta abruptamente y le agarra del brazo. Se lo aleja con violencia. El hermano mayor reacciona con el fin de defenderla. Se le acerca de frente, en postura amenazante.
El hombre sin lentes, baja la cabeza, mira sus pies, y sin meditarlo, observa como su mano derecha ensagrentada le clava el cuchillo en el estómago... El hermano cae, en posición fetal, y pinta el piso de la cocina de horror. 
El hombre sin lentes suelta el cuchillo y empieza a golpearse la cabeza. Se acurruca en un rincón, temblando ante el horrendo espectáculo. La madre gimiente, grita descontrolada y pide auxilio. El padre llama a la ambulancia.
El hombre desnudo y acurrado, es ahora la triste imagen de la traición que ha repudiado. Al fin de cuentas siempre fue, y continuará siendo, la víctima de su propias decisiones...

viernes, 1 de junio de 2012

Tierra de leones

*Petisco: aperitivo
* Boteco: bar común, de barrio

Bajo el cielo despejado, testigo en permanente vigilia, los muchachos juegan con su pelota gastada en torno de los charcos de agua contaminada. La botan de un lado a otro, con maestría, sorteando los obstáculos de los campos de barro esparcidos por la explanada. Desde una cierta perspectiva, tanto espacial como emocional, esos campos pueden verse como islotes, ya que juntos conforman una especie de archipiélago insalubre.

Debido a la densidad, a la sofocante humedad característica de febrero, se siente el aroma de las lagunas putrefactas. Un olor marinado en años de valores tergiversados, fosilizados, cimiento finalmente de sustentación de la memoria colectiva.

El sol veraniego golpea los techos de chapa plateada, un espejo refractario, que proyecta los rayos solares a ciento ochenta grados. Entra en las casas sencillas, por las ventanas sin cortina, desvelando a las madres con el alba. Las actividades cotidianas de tales señoras son el marcapaso que sintoniza los latidos de la comunidad. A su ritmo, tras despachar a hijos, nietos y maridos, se acomodan en la puerta de sus casas para observar el gentío, que sube y baja por las escaleras del morro. Evidentemente, están mejor informadas sobre los vaivénes de la favela que cualquier cronista local.
 
Arriba solo se avista el helicóptero del BOPE que sobrevuela los límites de la favela. Es una fuerza policial, entrenada para el conflicto directo, la atención de urgencias de índole criminal. Cumple con una rutina disciplinada y recurrente. Mantener la tensión, esa es su mayor tarea.

Tensión, en este caso, agudizada por el control del león enjaulado en su propia selva; el Dios de la mayor favela de América Latina: Zé Cabeza. Uno de los narcotraficantes más peligrosos de Rio de Janeiro.  Se le imputan a él y a sus aliados un sinfín de actos delictivos: tráfico de drogas, armas, asesinatos, extorsión, robos, entre otros.  Estos actos deberían ser suficientes para meterlos tras las rejas. No obstante aquí los tenemos. Al menos monitoreados por el BOPE.

Es sabido que el tráfico de drogas es un negocio jugoso, manejado por unos pocos y que involucra a mucha gente. Los residentes, “favelados”, asumen con resignada dignidad- y miedo- su falta de libertad. Libertad condicionada por la ausencia de recursos, por la negligencia de los padres gubernamentales que permitieron que floreciera- y creciera- una cultura popular basada en la carencia, en la exclusión; un submundo "invisible" aunque influyente.

Un microambiente al fin- o macro según sus dimensiones- coaccionado por los leones de la droga. Ellos son los verdaderos “guardianes” en su territorio.  Inclusive cobran conocidos impuestos, a los humildes residentes, para proveerles de seguridad. El perverso juego del verdugo y el salvador: los protegen de las violentas invasiones de pandillas externas o de la extorsión de los corruptos policías militares del estado. Estos policías son compañeros laborales de los miembros del BOPE, que a su vez, es un batallón creado para suplir la ineficiencia de sus colegas.

Tanto la policía militar del area como la unidad del BOPE correspondiente, conocen muy bien a Zé Cabeza. Se trata de un hombre joven, de 35 años, quién nació y creció en el morro de la Rocinha. Su padre fue un borracho, vagabundo, que terminó tristemente sus días al lado de una botella, aplastado en las vías del tren. Su madre, Doña Miriam, incansable trabajadora, reparte su tiempo entre el trabajo, sus hijos y la iglesia evangélica, a la que es asidua. 

-He escuchado la charla de los muchachos esta mañana, de los amigos de tu hijo, cuando fui al supermercado, el que está en esa esquina adonde suelen reunirse. Llevaban un periódico en la mano, señalaban la foto de un muchacho asesinado a balazos… - dice una beata entristecida
- Sí, he visto esa foto. No tuvieron clemencia con ese pobre niño. Creo que tenía tan solo 16 años. ¡Qué Jesucristo guíe su alma por los caminos de luz! Pobre de su familia, que desgracia...- proclama, nítidamente afectada, Doña Miriam.
- ¿Qué ha pasado con nuestra juventud? Tenemos que atraer los muchachos desde niños a la iglesia, así los alejamos de toda esa violencia, esa porquería...- agrega la beata comprometida

Doña Miriam asiente y se queda absorta. En un momento se le frunce el ceño y la beata la abraza con ternura. Conocía al muchacho asesinado e intuye que haya sido más uno de los trabajitos articulados por su hijo. Luego de unos instantes de penoso silencio, le dice a la beata: "Vamos a preparar los disfraces para el desfile de carnaval de los niños. Nos quedan 2 semanas. He traído alguna ropa que he podido reunir con la comunidad. ¡Hay mucho trabajo por hacer!". Entonces vuelca su pesar condensado en los quehaceres en favor de los demás. De alguna manera cree que su conducta generosa ayudará a redimir los errores del alma perdida de su hijo mayor.

Además de Zé Cabeza, tiene un hijo menor de 10 años, por lo que se esmera puntualmente para trasmitirle un ejemplo más positivo del que tuvo Zé durante la infancia. No necesita formación académica para percibir cómo los vicios, la crueldad- el ambiente en fin- de la crianza de Zé Cabeza colaboró para que se extinguiera la nata pureza de su alma. 

Así que trabaja diariamente en la casa de una pareja de doctores, Sr. y Sra. Mattos, localizada en Leblon. Cuidó a los hijos de esa familia desde muy chicos. Es muy querida y cuenta con la confianza de todos. Inclusive Zé Cabeza, cuando niño, frecuentó bastante la casa de los doctores. 
Actualmente adultos, los hijos queridos siguieron senderos muy distintos. Aparentemente...

El muchacho asesinado era de la boca- punto de venta de drogas- de Rocinha. Es decir, del cartel de Zé Cabeza. El hecho de que los amigos de Zé estuvieran burlándose de su cadáver es por demás preocupante: ¿Qué habría ocurrido para que, sus propios camaradas, lo borraran del mapa?...Esa es la pregunta que pulula en las pendientes de la favela. Se dice que el muchacho asesinado jugaba a dos bandas y que había estado contando parte de los planes que tenía Zé Cabeza a algunos de sus enemigos, competidores del "negocio".

Transcurren los días y el episodio del muchacho asesinado va cayendo en el olvido. En las calles de la comunidad se agita la colorida alegría del carnaval, tal vez como contrapunto consciente de la amargura que causa la desvalorización de la vida, tan común en esas calles.

Doña Miriam, sin embargo, lo vive diferente: ese asesinato aún la perturba sistemáticamente.  
Hace mucho tiempo que desistió de corregirle a su hijo. Con el fin de tenerlo cerca, evita meterse en sus asuntos. Aunque en una de las visitas recurrentes que él le hace, no puede contener su curiosidad:
 
- Hijito mío, vi hace varios días la foto de un muchacho, torturado y muerto a tiros, en la portada del periódico... ¿Era uno de tus amigos, no?- pregunta sutilmente
- Tengo hambre- dice Zé mientras mira a su madre de soslayo, desconfiado, y se dirige hacia la heladera.
- Te preparo algo para cenar hijito. Déjame que lo busco yo- y se pone al lado de su hijo, enfrente a la heladera.
- Mejor me voy a comer unos petiscos* en lo de Carlinhos. ¡Se me ha olvidado que en esta basura de casa no hay cerveza!- y aparta bruscamente a su madre
-  Yo te preparo algo rico, casero, en un instante.- la madre lo arropa, pese a su resistencia.
 
Se sienta a disgusto. Está muy alterado, con los ojos inyectados en sangre por las varias noches sin dormir y los diversos químicos ingeridos... Doña Miriam, profunda conocedora de los demonios de su hijo, decide no tocar más en el asunto. Por lo menos de momento.
 
Tras un periodo corto de latente intranquilidad, un día en la iglesia, se escuchan comentarios sobre un robo efectuado a un millonario cargamento de armas blancas. Doña Miriam se apresura en agarrar el periódico para enterarse de los detalles. En el título del escabroso suceso, se indica el nombre de una de los principales fabricantes y exportadores de armas blancas de Brasil: "Condor Tecnologia Nao Letais". Abajo del encabezado, a la derecha de la página, una foto de un empleado de la compañía, secuestrado durante la acción: el Ingeniero Wladimir Mattos, gerente de operaciones internacionales. Él estaba en el puerto de Rio, coordinando el envío de la mercancía a Estados Unidos, cuando robada. Se especula sobre el motivo del secuestro del ejecutivo. Al parecer se trata de una artimaña de los delincuentes para ganar tiempo, es decir, para que no los persigan mientras eliminan las numeraciones, los registros de las armas usurpadas.
 
Mientras lee la noticia, comienza a sentirse mal y deja caer su cuerpo sobre una silla. Endeble como una caña en un vendaval, asusta a las beatas que se le acercan ipso facto. Después de unos minutos, ella balbucea que está todo bien, que ha sido una modesta bajada de presión arterial y que enseguida se recupera. Entonces van alejándose de a poco hasta que Doña Miriam se queda a solas con Beth, una de sus mejores amigas.

Beth la contempla, sabe que esa noticia le ha aflijido puntualmente. En un momento le aprieta la mano y le mira fijamente. Doña Miriam, en un impulso angustiado, toma el periódico y le señala la foto del secuestrado a Beth. "¿Sabes quién es este hombre?", pregunta cabizbaja. "Es como si fuera mi hijo... Es el hijo del Sr. y Sra. Mattos..." y solloza desconsoladamente.
Beth la abraza mientras su rostro se va volviendo pálido, a medida que registra de quién están hablando. "¡¿Qué está pasando Beth?! ¡¿Quiénes son los responsables por este robo, este secuestro?!"- pronuncia Doña Miriam con la voz que oscila entre control y desenfreno. Beth no sabe qué hacer pero atina a comentar que quizás haya sido otro grupo de delicuentes, otra pandilla... Entonces, como para tranquilizarla, propone que pidan a Dios protección al hijo de la familia Mattos. Rezan juntas. Doña Miriam también ora por Zé Cabeza.
 
Ahora Doña Miriam está especialmente atenta a los pasos de su hijo mayor. Desconfía de él, reconoce su forma de actuar. Medita sobre la posible relación entre la muerte del muchacho "chivato" con el robo y el secuestro. Son sucesos concatenados, que sí parecen tener una conexión más que casual.
 
En una tarde de acopios, se cruza con Cristiane, hija de una ex amiga. Cristiane viste una ropa que le va grande; luce distinta, como un poco hinchada. "Raro en esa chica, siempre con jeans ajustados y musculosas de poco paño... Parece un poco más gordita inclusive", piensa Doña Miriam.
 
Su ex amiga, Juliana, es del grupo de las vecinas de toda la vida, con la que tenía muy buena relación hasta que su hija, Cristiane, comenzó a salir con Zé Cabeza. Por supuesto que esa relación no le agradaba a Juliana, y de algún modo, se lo achacaba a Doña Miriam. Lo cierto es que ninguna de las dos- ni Doña Miriam, ni Juliana- sabe si Zé y Cristiane siguen viéndose.
 
A partir del encuentro vespertino, Doña Miriam decide vigilar de cerca los movimientos de Cristiane. Hasta que la ve besándose con Zé, en un bar de una callejuela oscura de la favela. Los examina, discretamente, desde la puerta del boteco*. De pronto nota que Cristiane, en verdad, está embarazada... "Puedo distinguirlo, soy madre... ¡No me caben dudas!"- brama para sí.
 
Se va, tiene suficiente por hoy. Concluye que el hijo que espera Cristiane es de Zé Cabeza. En el fondo se siente feliz, quisiera poder compartirlo, pero tiene que callárselo. Por lo tanto, con más razón, continuará vigilando a Cristiane. Aunque no preve las sorpresas que le deparará el plan que  lleva a cabo...

Con la experiencia que adquirió cuando rastreaba a Zé Cabeza, tratando de enderezarlo, no le es difícil disimular su accionar ante el entorno. Cumple con sus tareas habituales y, en cuanto se encuentra a solas, a una hora determinada, se dirige a la fábrica donde Cristiane trabaja y, escondida, espera a que salga. No quiere que Cristiane se percate, sabe que dialogar con ella sería lo mismo que declarar a Zé Cabeza que lo anda rastreando nuevamente.
 
Observa que Cristiane sube a un auto. Cree que es el auto de Paulinho, mano derecha de Zé. No puede seguirlos, entonces se va a casa. En la oscuridad de su micrococina reflexiona: "¿Qué hacía Cristiane con Paulinho? Esa chica no es de fiar... ¡A lo mejor el hijo es de Paulinho!", su mente es un torbellino en una profusa espiral de preguntas sin respuesta. "Tengo que pedir que alguien me acompañe con auto. Se lo voy a decir a Beth."- concluye
 
Durante la misa en la mañana siguiente, los ecos de ese torbellino mental apenas permiten que escuche las palabras del pastor. Su mirada busca a Beth, la encuentra. Cuenta los minutos para que termine la ceremonia. En cuanto todos pronuncian el último amén de la tanda, Doña Miriam se acerca a Beth apresuradamente, simulando que se siente mal. Pide que la acompañe a casa y así, furtivamente, logra salir cuanto antes del lugar. 

Beth observa cómo está trastocada. "¿Qué te pasa? Estás muy rara", pregunta. Doña Miriam no dice nada hasta que llegan a su residencia. Prepara café y se sientan.

- Te tengo que contar algo... Aún no sé si es bueno o malo...- y se toma un sorbo de café como si fuera aguardiente.
- ¡Cuéntamelo ya! Me estoy poniendo nerviosa
- Vixii... Creo que voy a ser abuela...
- ¿Cómo que vas a ser abuela? ¿A quién Zé ha dejado preñada?
- Pues creo que a Cristiane. Me la crucé en el supermercado. Vestía una ropa que nada que ver con ella. Me pareció muy extraño. Así que se me ocurrió seguirla.-
- ¡¿Seguirla?! ¿Por qué no hablaste con ella sin más?- pregunta atónita Beth
- Ay, no sé. Hace mucho que no charlo con ella, me he desentendido con su madre... No creo que quiera hablar conmigo- contesta Doña Miriam, ocultando el hecho de que vigila a Cristiane porque desconfía de las últimas andanzas de su hijo mayor.
- ¡Qué tontería! Bueno, ¿qué pasó? ¿Estás segura que está embarazada? Y... ¿Cómo sabes que es de Zé Cabeza?
- Ahí está. Estoy segurísima que está embarazada. Se le nota claramente. La vi besándose con Zé en el boteco oscuro.
- ¡¿Entonces es una buena noticia no?!- pregunta Beth un poco desconcertada
- En verdad no sé si el hijo no es de Paulinho... Vi cómo se iban juntos, la otra noche, en su auto. No sé... No me fío de esa chica... -
- No entiendo nada... ¿Cuánto tiempo llevas siguiéndola? ¿Pretendes continuar?
- Pues sí. Quiero pedirte que me acompañes en auto esta noche. Vayamos a la fábrica donde trabaja. La recogió Paulinho ahí la última vez. Luego iremos detrás de ellos para ver adónde van juntos y qué hacen.
-No sé. Me parece más sencillo que se lo preguntes a Zé en cualquier caso. Ya sabes qué no conviene menterse en sus asuntos...- reflexiona Beth prudentemente
- No, no. Zé a lo mejor no sabe acerca de Paulinho y Cristiane. Mejor lo sacamos en claro nosotras, así evitamos causar una riña innecesaria entre ellos.- dice astutamente Doña Miriam. 

Beth medita por unos instantes- a sabiendas que Doña Miriam rastrea a su hijo- y termina aceptando el plan. Se presentan en la fábrica, a la hora marcada. Ven a Paulinho con su auto estacionado. Estacionan, un poco alejadas. Poco después sale Cristiane, va derecho hacia Paulinho y suben al auto. Se van. Beth y Doña Miriam esperan un ratito y los siguen. Llegan a un galpón abandonado, propiedad de la empresa empleadora de Cristiane. Ellos ya están dentro. Hay luz.

Pese a las advertencias de Beth, Doña Miriam baja del auto y se aproxima al galpón. Se ubica en un lateral y sube cuidadosamente a un cajón vacío para mirar por las ranuras de entre las tablas de madera que cubren una ventana. Observa que hay dos chicos armados. Un hombre acurrucado y amordazado debajo de una escalera. Paulinho y Cristiane están en otro rincón, charlando compenetrados. "¿Quién es ese pobre hombre atado?...Me suena su fisionomía... ¡Pero si es Wladimir Mattos!", salta en un instante. Su corazón pulsa tan fuerte que casi logra escuchar la sangre bombeando su cerebro. Vuelve temblorosa hacia el auto. Entra rápidamente y pide que arranquen de inmediato. 

Está muy colorada, sudorosa, sofocada.  Gritando, le cuenta a Beth lo que acaba de presenciar, mientras se le caen lágrimas de desolación. "¡¿Qué voy a hacer?!... ¿Qué voy a hacer? Los Mattos son mi familia también, a Wladimir lo cuidé desde chico... ¡Zé sabe que son buenos conmigos! ¿Por qué habrá hecho eso?

Beth enmudece. No le gustaría estar en la piel de Doña Miriam. La estrecha entre sus brazos mientras Doña Miriam se desintegra en un llanto desbocado.

Al día siguiente no tiene coraje de ir a la casa de la familia Mattos. Consumida por la verguenza, teme por el desenlace del suceso. Va a misa en esa noche para intentar apaciguar su inquietud. Escucha algunos versículos del Evangelio de San Mateo que le afectan particularmente:

“Si vuestra justicia no fuera mayor que la de los escribas y fariseos, ¡no entraréis en el reino de los cielos!”. 


De camino a su casa, las ideas dan vueltas cual peonza descontrolada: "¿Qué voy a hacer? ¿Esperar a que liberen a Wladimir pese al terrible pecado que comete mi hijo? ¿Acaso no soy también culpable de sus errores? Si lo cuento a la familia Mattos... ¿Cómo se lo tomarán? Quizás entiendan que hice todo lo posible para alejarlo del mal camino y que, naturalmente, no deseaba que esto ocurriera. Quizás me cueste el gana pan que permite que mi hijo menor y yo podamos tener una vida humilde pero digna...". Finalmente decide aguardar. Reza durante toda esa noche, rogando a Dios que el episodio se concluya de una vez y que nadie salga herido.

Pasa el tiempo, el ingeniero sigue en cautiverio. Al fin reclaman un rescate. Entonces queda claro que no se trata solamente de ganar tiempo, sino que consiste en un proyecto más ambicioso. En la casa de los Mattos, tras recibir la llamada extorsiva, impera un clima de angustia profundo; es el tema central que se dialoga en los encuentros familiares. Doña Miriam acude al trabajo como de costumbre, esforzándose sobremanera para ocultar su desazón, mientras observa como la Sra. Mattos envejece a cada hora, debido a la melancólica incertidumbre.

La familia procede a reunir el dinero exigido. Sin embargo, en el mientras tanto, dado que el destino nos depara situaciones inexplicamente indignantes algunas veces, el suceso comienza a repercutir en una esfera más impersonal.

Causa enorme impacto en los medios de comunicación, no solamente por el tipo de delito que se acometió- tremendamente riesgoso denotando total despreocupacion por una eventual punición- sino que además, se destapa que uno de los secretarios del gabinete de seguridad del Estado de Rio de Janeiro, aparentemente, actuó como promotor, facilitador de lo ocurrido. Al detectar la posible culpabilidad del político, el caso se transforma en un conflicto de fuerzas: público y social. Inevitablemente obliga al gobierno del estado a que asuma su responsabilidad y tome las debidas providencias. La clase política no quiere demostrar que, la personalidad corrupta de algunos- o muchos, tal vez- supere la justicia establecida en los códigos escritos. Así es cómo entonces el ingeniero Wladimir se convierte en carnaza electoral, reducido a un número en la agenda del día. 

A medida que la presión mediática se vuelve más intensa, aumenta la premura por mostrar los resultados de las investigaciones realizadas. Tras casi dos meses de rastreo, a través de escuchas telefónicas y testimonios diversos, consiguen localizar al secuestrado. El descubrimiento se mantiene en sigilo hasta que llega el día D: el BOPE está preparado para irrumpir en Rocinha. Entonces la noticia de la invasión se filtra- involuntariamente o no- en algunos medios opositores al gobierno de turno.

Gracias a la difusión citada, algunos residentes de la favela se enteran. Hay un morbo tan fuerte en este tipo de noticias que desbanca inclusive a la gigantesca audiencia de las telenovelas locales. Es de lo único que se habla. Doña Miriam entra en pánico. Poseída por el terror, le escribe una carta a Zé y la deja sobre la mesa. 

Se avistan los fuegos artificiales en el pico del morro, el humo que emiten y pintan de gris el cielo de febrero, antes despejado.  Son los delincuentes informando internamente que están siendo atacados. De pronto, muchachos encapuchados bajan corriendo por el laberinto de callejuelas que conocen a la perfección. Están fuertemente armados, pero tienen diversas desventajas fundamentales: el BOPE los vigila desde arriba, bloquea las salidas de la favela, conoce casi todos los escondites. Aguardan el menor error- como el del secuestro- para pillar en flagrante a los famosos criminales. Todavía más si se contempla el impacto en la prensa.

Así comienza la acostumbrada pesadilla. Se escuchan tiros. En esta ocasión, particularmente abundantes.  La gente se azuza para recluirse en dónde puedan.Doña Miriam llama al celular de Zé, sin éxito. Camina en los escasos 35m2 de su casa, zigzagueando incontenible. 

Tras algunos eternos minutos, vuelve una sospechosa calma. Doña Miriam está histérica, por lo que sale a calle para buscar a su hijo. Empieza a mirar en todos los recovecos: nada. Sabe que después de una acción del batallón especial, los muchachos suelen esconderse durante varias semanas. Entonces, se sienta delante de la puerta de su casa con la esperanza de cruzarse con algún "amigo" de Zé.-  

Y como se ha dicho, las señoras sentadas en las puertas de sus casas saben más que cualquier cronista local.... Así que Doña Maria ve a un amigo de Zé, que está metido en un tacho de basura. Se asoma por el borde de la cápsula mugrienta, mirando alrededor. Doña Miriam lo controla y cuando observa que sale, un poco más sereno, se acerca y le pregunta: "¿Qué ha pasado ahí arriba? ¡¿Dónde está mi hijo?!". El muchacho la reconoce y le responde con voz vacilante: "No sé Doña Miriam... El tema se ha complicado, se ha complicado mucho... Ha habido tiroteo entre los del BOPE, Paulinho y otros colegas de la banda. Han matado a todos."- informa el muchacho como si se anunciara una promoción de zapatillas. "¡¿Han matado a todos?! ¿Zé estaba con ellos?"- inquiere Doña Miriam, claramente deseperada. El muchacho insiste: "No lo sé señora". Hay un silencio tenso. El hecho de que Zé, al parecer, no estuviera en el tiroteo, la consuela. No obstante todavía hay algo que le angustia de idéntica manera: "He oído que tenían a un ingeniero prisionero, es el rumor que corre por la favela. ¿Es cierto? ¿Qué ha pasado con el tal ingeniero?". El muchacho la mira, un poco dubitativo. Parece que no sabe de qué ingeniero están hablando. Sin embargo, en un momento le confirma: "Creo que había un tipo que ha sido baleado por uno de los muchachos de la banda... No era de nuestro grupo. Así que calculo que es el ingeniero al que se refiere usted". Doña Miriam traga en seco la desafortunada novedad. Le sonríe disimuladamente y se despide de él. 

Después de esa conversación, Doña Miriam se encierra en un profundo ostracismo. Desarrolla sus tareas del día como una autómata, ya que su pecho y su cabeza se han rendido a la desesperanza. En la mañana siguiente, en la portada de todos los periódicos, está publicada la foto de la matanza y del desdichado desenlace. 

Su cuerpo pesa toneladas. Se sienta enfrente de la carta que escribió y añade un frase al final: "Lo siento mucho, hijos míos. Cuídense. Sean buenos. Mamá siempre los querrá"


Beth preocupada porque Doña Miriam no ha ido a misa, decide compartir con Zé Cabezas las dudas que inquietan a su madre. Así que busca a Cristiane para averiguar algunas cosas:

- Hola Cristiane, tengo que hablar contigo... Supongo que estás al tanto de lo ocurrido ayer... Me refiero a la invasión del BOPE.

Cristiane la mira suspicazmente y se mantiene en silencio. Entonces Beth lo nota y le dice:

- En verdad estoy buscando a Zé Cabezas. Su madre está muy preocupada porque no sabemos adonde está.
- Ya sabes cómo son. Están refugiados, escondidos de la policía. Hace mucho que no hablo con Zé-
- Sí, sí. Pero nadie sabe confirmarme si él estaba en el lugar de la emboscada... He escuchado que mataron a algunos muchachos de la banda...- agrega Beth 

De repente, Cristiane se larga a llorar.

- ¿Qué te pasa Cristiane? ¿Por qué te pones tan triste?- Beth se lo pregunta mientras la conforta
- "Soy una desgraciada... He tratado de ayudar y al final he perdido todo. Mi empleo, mi tranquilidad... Y lo que es peor: ¡Han matado al padre de mi hijo!. - confiesa Cristiane absorvida por el dolor y por la ignorancia

Beth se aparta, entumecida. "Capaz Zé Cabezas también haya sido liquidado en la acción del BOPE" , piensa en un segundo e insiste:

- ¿Sabes al menos si Zé estaba en el lugar de la emboscada?
- No, no estaba. De hecho Paulinho y él habían tenido una tremenda pelea por el secuestro del ingeniero. Al parecer Zé no estaba al corriente. Aunque Paulinho ha pagado el precio de su deslealtad...- agrega Cristiane atribulada

Beth sonríe aliviada y agradece a Cristiane su sinceridad. Se marcha cavilando sobre la parternidad del hijo que ella espera. Está claro que no es de Zé Cabezas. "A Miriam no le va a causar gracia el hecho de que no será abuela al fin, no obstante, el hecho de que el plan del secuestro no haya sido elaborado y concretado por Zé, sí es una refrescante novedad", reflexiona.

Con el afán de solucionar el embrollo y aliviar las penas de su amiga, decide buscar a su hijo menor en la escuela. Él se sorprende al verla, ya que no es común que vayan a recogerle. Regresan juntos, mientras Beth tantea si él ha notado algo raro en su mamá. El hijo mejor, ajeno a toda esa inmundicia gracias al beneplácito de la ingenuidad, le contesta que la ha percibido diferente nada más.

Llegan a la casa de Doña Miriam. El sol veraniego- con el fulgor de un azote- penetra por una pequeña ventana e Ilumina la silueta inerte de Doña Miriam, antaño incasable trabajadora, colgada como un muñeco del techo de chapa plateada...