miércoles, 9 de mayo de 2012

Paradojas de la Civilización

Elena es una mujer de 45 años, agraciada, de mirada poéticamente melancólica. Su infancia estuvo plagada de emociones encajonadas.  

Dentro de ese cajón de pulsaciones reprimidas, alberga la sospecha de que nació en la familia equivocada, aunque pugna permanentemente para empotrarse en la rígida estructura que le inculcaron.

Se graduó en psicología. Asiste a niños huérfanos, abandonados. Colabora igualmente con instituciones sin fines de lucro en la gestión de adopciones, para garantizar un futuro digno a esas pobres criaturas.

Es una profesional apasionada, muy estimada por sus colegas debido a sus conocimientos y dedicación.

Su familia pudiente, de origen aristocrático, es católica practicante y fervorosa.

Según dictan las costumbres, van juntos a misa todos los domingos, a las 6 de la tarde.

En la puerta de la Iglesia de San Marcos convergen familias tradicionales, amigas de toda la vida. Es el punto de encuentro, en el barrio madrileño de Argüelles, donde algunas de las estirpes más distinguidas de la capital se reúnen.   

Un espacio en el cual comparten sucesos diarios, apreciaciones políticas, chismes de diversa índole. Un tribunal donde concentran datos y los juzgan religiosamente…

Elena suele alejarse de la multitud de beatos; le agobian las aglomeraciones. Además sabe a ciencia cierta que esos vecinos, paradójicamente, apuntan de modo recriminatorio al hecho de  que sigue soltera.   

Así que, a disgusto de sus padres, se queda parada delante de la iglesia, contemplando su fachada de orden gigante, flanqueada por antecuerpos curvos, mientras el gentío entra paulatinamente al recinto.

En realidad, lo que más le gusta de estos eventos recurrentes, es la posibilidad de continuar explorando la belleza arquitectónica de la iglesia, asimismo la riqueza interior que ofrece.

Muchas veces piensa que sus ornamentos, debido a su representatividad histórica, son mucho más auténticos, reales, que las palabras de adorno de las señoras beatas.

Convive con esa dualidad. Ora reflexiona sobre las virtudes de la religión, ora recuerda los dogmas que conlleva, que la condicionan, la asfixian sobremanera.  

Durante una época no iba a misa. Se negaba a participar, tal vez en un acto de consciente rebeldía hacia sus padres. Lo cierto es que no iba.

Con el pasar de los años, se ha ido resignando a ocultar sus sentimientos en detrimento de lo establecido, lo "correcto". Ya está anestesiada frente al veredicto de esos amigos jueces.

Al fin y al cabo son un espejo fiel de sus parientes cercanos.

En general, tiene una existencia rutinaria. Alquila un departamento sencillo en la calle Princesa, a cuatro cuadras de la residencia de sus padres- por imposición de su madre- y tiene dos perritos: Penélope y Estrella.

En un domingo cualquiera a principios de invierno, contemplando la fachada de la iglesia como hace usualmente, observa un cura que se mueve entre los asiduos concentrados en la puerta.

"No lo conozco", medita. La curiosidad se apodera de su accionar, entonces se acerca a la muchedumbre, con el afán de descubrir quién es ese nuevo personaje.

Encuentra el cura rodeado de beatas chismosas que platican como loros. Los respectivos maridos, agrupados en un rincón, lo miran de reojo, mientras confabulan sobre su procedencia y el motivo por el cual lo traen a la parroquia.

Elena se inmiscuye entre la masa de cotorras y se presenta:
- Buenas tardes señor. Me llamo Elena de la Hoz, soy hija de Álvaro de la Hoz y María Eugenia Alonso. Encantada en conocerlo.
- Me llamo Alfredo Gutiérrez señora, para servirle.

Tras unos minutos de un silencio cocinado en olla a presión- las cotorras están atentísimas a la conversación de los dos- susurra Elena:

- ¿Usted nos va a impartir la misa hoy?

- No señora, el sacerdote Don Juan Ignacio seguirá impartiendo misa como de costumbre. Yo lo acompañaré

Nuevamente silencio, flota la intriga en el aire. De repente salta su tía, la hermana de su madre, y le pregunta a Don Alfredo:

- Usted entonces es asistente de Don Juan Ignacio?

- Sí, en concreto soy el diácono de la parroquia. Vengo a efectuar bautismos, matrimonios. También a colaborar en obras de caridad, confesiones y a predicar la palabra del Señor- responde Don Alfredo.

Elena lo mira incisiva, escrudiñando sus gestos, analizando su tono de voz.  Este diácono pareciera generarle especial interés. Con prudencia le cuestiona:

- ¿Lleva muchos años de dedicación a la vida eclesiástica?

- Sí, más de 20 años. Hemos llevado a cabo muchos proyectos de ayuda a la comunidad, de distinto carácter: educación básica y religiosa, salud, bienestar en general.- indica satisfecho el diácono.

A colación señala que deben entrar al recinto. Comienza la misa.

Caminando de regreso a casa, Elena medita abstraída sobre la función de Don Alfredo en la parroquia y como él podría colaborar directamente en sus actividades caritativas. "Tal vez pueda  educar a mis niños mientras yo les consigo padres adoptivos", pensó.

A medida que se acerca a su edificio, imágenes de los inmensos ojos verdes del diácono, profundos y brillantes, pueblan su mente. Involuntariamente, durante unos segundos, todo su rostro se estira en un atisbo de redención... De pronto, frunce el ceño, consumida por una ola de represión que le avasalla

Prepara un té. De pie, mira pensativa afuera, por la ventana de su departamento, al roble frondoso que impera en el patio central del edificio. Le invade una frustración que hacía mucho que no le asolaba...

Transcurre la semana siguiente según el guión,  sin altibajos. Elena interrumpe sus tareas en la institución para almorzar con una amiga, también psicóloga. Se conocen desde la adolescencia, son muy allegadas, confidentes, además de trabajar en el proyecto juntas.

- Hay un diácono nuevo en la parroquia. Él tiene experiencia en coordinar grupos para impartir educación básica a los niños. Puede sernos de gran ayuda. - le comenta Elena a su amiga

- ¡Maravilloso! ¿Tu crees que él estaría dispuesto a participar?

- Creo que sí. Es un hombre caridoso, y me ha parecido tener gran disposición.

- ¿Has llegado a mencionarle algo de nuestro proyecto?

- Todavía no, pero pretendo hacerlo este domingo. Ya te contaré.

Llega el domingo en cuestión. Se ha organizado para ir sola, despachando a sus padres con una excusa. Comparece una hora antes del comienzo de la misa, con la esperanza de encontrar a Don Alfredo para dialogar sobre el proyecto.

Adentra en la nave transversal. Deleita extasiada las bellas vidrieras coloridas y siente la paz que reina en el espacio. Don Alfredo la saluda.

- ¿Buenas Tardes Doña Elena, necesita ayuda?, pregunta servicial
- Buenas Tardes padre. Sí, quisiera contarle sobre un proyecto para niños. ¿Tiene algunos minutos disponibles?
- Sí dígame. ¿Usted es profesora?
- No, no. En realidad soy psicóloga y asisto a niños sin familia. Pensamos que quizás usted nos podría ayudar-
- ¡Por supuesto! Sentémonos a charlar un poco más sobre el asunto.

El diácono conduce Elena a su despacho. Una sala preciosa, con pinturas de los diferentes obispos de la diocésis colgadas en sus paredes, y una extensa biblioteca, cuidadosamente mantenida.

Elena admira los detalles del mueble tallado en madera de algarrobo, los ejemplares ancestrales con tapas duras, letras doradas y una capa de varias generaciones en polvareda. Don Alfredo percibe su interés y le comenta:

- Estos libros no están disponibles para uso público. En principio...
- Yo me encargo de su conservación... Quizás pueda confiarle algún libro, si le interesa...

Pero antes de que Elena pudiera comentar, se apresura en preguntar :

- También me encargo de la gestión integral de la biblioteca pública, anexa a nuestra iglesia. ¿Usted la conoce?
- Sí, sí. He tenido el placer de conocerla. Un auténtico tesoro, desde luego

Don Alfredo la mira sonriente y a Elena le parece que sus ojos cambian de color. Se sonroja mientras sigue atrapada en ese imán córneo... De súbito, como al despertarse en medio de una pesadilla, se acuerda de su propósito inicial:

- ¿Usted ha coordinado proyectos de educación básica para niños, verdad?
- Sí, gracias a Dios hemos podido contar con la colaboración de almas compasivas que aportaron en la construcción de escuelas y en la formación de grupos de enseñanza para niños excluídos socialmente-
- Es admirable su labor-  confiesa Elena
- No es nada- contesta modesto. Espero poder ser útil a su proyecto. ¿En qué consiste?
- Asisto a niños huérfanos o abandonados de modo a que sean reinsertados en la sociedad, mediante tratamiento psicológico y gestión de adopciones. Quizás usted pueda encargarse de integrarlos, en paralelo, a través de la educación básica y moral.
- ¡Magnífico! Es una óptima idea. Dígame como quiere que procedamos-
- Le invito a visitar la institución donde trabajo, el próximo martes, a la hora de su conveniencia.
- Será agradable conocer los niños que usted asiste.
- Le anoto la dirección en este papel, aquí se lo dejo. Nos vemos a las 2 de la tarde, el martes. Le parece bien?
- De acuerdo.-

De a poco empiezan a llegar los feligreses para la misa. Elena sale sigilosamente del despacho. No quiere remover el hambre de novedades que nunca descansa en la mente de los de amigos de su familia.

Se sienta. Todos arriban. Empieza la misa.

Por la noche no logra conciliar el sueño. Recrea obsesiva la sonrisa de Don Alfredo, a la vez que se fustiga por no ser capaz de controlar sus pensamientos.

Se critica por el hecho de desear a un "cura". Más cuando, de cierta forma, rehuye a muchos paradigmas de vida que sus padres le inculcaron, los mismos que persigue el diácono por vocación.

Al día siguiente, llega a la institución pero no le cuenta a su fiel amiga sobre la visita del diácono.

Intenta apartar esa idea adictiva que le consume como si padeciera abstinencia. 

Empero, nuevamente, pasa la noche de lunes a martes en vela. En su consciencia pulsa la llaga de la soledad impuesta, bajo los rayos de luz lunar que bucólicos penetran por la ventana. Llora copiosamente.

El martes parece un día común, pese al cansancio. Elena tarda más de lo normal en arreglarse. Quiere lucir sobria, parca.


Al llegar en la institución saluda furtivamente, se mete en la sala de coordinación pedagógica y se compenetra en sus quehaceres cotidianos.

A la hora combinada se planta en la puerta para aguardar al visitante. El diácono se presenta puntual.

Elena lo saluda cordialmente, mientras se concentra en mantenerse hermética:

- Buenas Tardes Don Alfredo. Gracias por venir.
- Buenas Tardes Doña Elena. Gracias por invitarme. Tengo muchas ganas de conocer a los niños, a la institución.
- Pues no perdamos más tiempo. Le muestro el edificio. Luego, ya he coordinado con mis ayudantes, nos reunimos con algunos niños en la sala de juegos.
- ¡Estupendo! Me dejo guiar por usted

Entusiasmada, comienza a mostrarle las instalaciones, a contarle casos críticos de niños maltratados y las acciones que toman en esas circunstancias. El diácono observa y escucha solícito.

Cuando se asoman a la sala de juegos, todos los niños se levantan para abrazar a Doña Elena.

El diácono interactúa con ellos. Dialogan sobre la familia, sobre los sueños que alimentan, sobre la diferencia entre lo bueno y lo malo. "Doña Elena es considerada como una mamá para muchos de ellos", intuye.

Después del encuentro, Elena lo conduce a su salita. Se acomodan.

- Quiere un té-

- Sí por favor- responde Don Alfredo. Tras sorber un poco de té, continua:
- Es perceptible el amor que usted siembra en el corazón de estos muchachos. Realmente admirable...

En el pecho de Elena ocurre una carrera de caballos salvajes, que trotan descompasados a lo largo de un campo de cardos.  Conteniéndose, le indica:

- Mi dedicación es sincera. Yo amo a estos niños
- Una excelente referencia para ellos- ataja el párroco y le pregunta a bocajarro:
-¿No tiene usted hijos?

Elena se tensiona aún más. "Capaz Don Alfredo también la consideraría rara dado que no tiene hijos", es lo primero que cavila.

-  No, no he tenido hijos. Estos muchachos son mi familia.
- Una familia amorosa. Me sensibiliza que trabaje con muchachos abandonados... Yo no tuve la misma suerte que ellos. Gran parte de mi infancia transcurrió en un orfanato- confiesa el diácono.

Quiere acogerlo entre sus brazos pero solo sonríe compasiva y lo mira de frente.
"Ahora son de mustio verde esmeralda. La profundidad que proyectan sigue intacta", Eleña percibe, sordamente, las variaciones de color de los ojos del diácono.

- ¿Y usted, tiene hijos? - pregunta Elena con la voz entrecortada.
- Mis hijos son todos ustedes- contesta el párroco y añade:
- Soy parte del decanato permanente de la parroquia. Ingresé en la orden muy joven, con apenas 23 años. Nunca contraje matrimonio-
- Ah comprendo... El celibato es una de las normas de la orden- Elena mira hacia sus manos
- En efecto- contesta el diácono mientras aprecia los libros expuestos en una estantería de la sala.

Se debate entre lo deseado y lo real. Siente dolor. Lleva las manos a su sien. Don Alfredo se preocupa:

-¿Está usted bien?. Pregunta tocándole la cabeza en un gesto afectuoso

Salta de la silla. El contacto del diácono con su melena le produce una especie de shock que le dispara la corriente sanguínea... Recomponiéndose, contesta:

- No, Sí, quiero decir: estoy bien. Un ligero dolor de cabeza nada más...

Avergonzada, enseguida agarra un cuaderno de la mesa. Es el cuaderno de inscripción de los chicos.

- Aquí están los nombres de los niños, agrupados según edad y procedencia.
- Me parece que podríamos empezar con el Grupo 1, de muchachos de 7 años. Sería interesante que usted leyera la ficha psicológica de sus futuros estudiantes- indica Elena amablemente
- Sin duda. Quiero conocer sus vidas.- agrega el diácono.
- ¡Excelente! Preparo toda la información para que se la lleve. Cómo podemos avanzar a partir de ahora?
- Yo me encargaré de conseguir profesores de lengua, religión, matemáticas.... ¡Yo mismo impartiré las clases de lengua y religión!- exclama emocionado

Luego de unos minutos cavilando sobre las pendencias del proyecto, le consulta:

- ¿No ha intentado usted inscribir a estos muchachos en la escuela pública?
- Sí Don Alfredo. En algunos casos pudimos matricularlos en escuelas públicas. No obstante y desafortunadamente, para la gran mayoría, siempre hay algún impedimento... Ya sea porque no hay suficientes plazas o porque son considerados muchachos "inadaptados", siempre hay algún inconveniente.
- Comprendo-  prosigue, aunque la injusticia expresada le produce desazón.
- Coordino el armado del grupo de maestros y le aviso. ¿Usted tiene un lugar dónde impartir las clases?
- Sí, por fortuna la institución cuenta con 4 ó 5 salas disponibles.
- Perfecto. Entonces ya tenemos todo lo necesario para avanzar con el proyecto.
- Entiendo que sí... Bueno, déjeme presentarle a mi amiga, Dra. Patricia. Trabajamos juntas en la institución- dice Elena

Sale de la sala y vuelve con la Dra. Patricia. Los presenta educadamente.

Patricia charla con el diácono acerca de sus actividades sociales y su papel como tal en la parroquia.

Elena admira obnubilada cada palabra que emite el diácono. Sus palabras son como un mantra que la transporta a otra dimensión.

Entonces Patricia encara a Elena, sonríe sarcástica, a la par que suspicaz, y asevera:

Ustedes van a hacer un excelente trabajo juntos... Gracias Don Alfredo por colaborar con nuestra causa.

No hay porqué agradecer, es un honor para mí- señalo el diácono

Don Alfredo agarra la carpeta con las fichas de los muchachos y, mientras se prepara para marcharse, le dice a Elena:
- Es usted una mujer especial... ¿La veo en misa el domingo, verdad?-

Elena, pese al aturdimiento inherente a la recepción de lo imprevisto, finalmente tartamudea que sí.

- ¡Magnífico! Nos vemos en breve y combinamos un próximo encuentro-

Lo acompañan hasta la puerta. Elena permanece mirando la esbelta silueta del diácono, mientras él se aleja entre las Hayas, naturalmente enfermas de alopecia invernal. Patricia la observa.

- ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan abstraída?- pregunta sin más
- Nada, estoy pensando en el proyecto- indica Elena
- ¿Sí, sí... En el proyecto o en el diácono?- dice Patricia irónica

Elena sale de su trance y mira a su amiga. Muestra ligeramente su dentadura desenmascarada:

- Bua, para qué negártelo. Si me conoces muy bien.... Sí, Don Alfredo me parece un hombre muy interesante...- suspira
- Ay, ay... ¿Está soltero?
- Sí, pero tiene que cumplir con el celibato. Es lo correcto...-
- Tú y lo correcto. Ya veremos... A mí me parece que a él también le gustas.- atestigua Patricia
- Volvamos al trabajo. Hay mucho por hacer- interrumpe Elena angustiada
- ok, ok, tienes razón, hagamos lo correcto- afirma Patricia

Y así pasan los meses- o tal vez años- con encuentros recurrentes que van afianzando el mutuo sentimiento reprimido.

Para Elena ir a misa ya tiene otra connotación. Continúa parando delante de la iglesia, aunque hoy observa más bien los movimientos del diácono. Él también la observa.

De una forma u otra, organizan para verse al menos dos veces por semana. Gozan de la coartada de una actividad conjunta.

Son amigos. Amigos del alma. Amigos cuyas almas ya han comulgado, pero los cuerpos aún resisten al chispazo divino. Sus mentes están alineadas, o alienadas, a lo que debe ser, no a lo que sienten. Paradojas de la civilización, dicen.

Lo cierto es que en un martes, como de costumbre, van a reunirse. Elena está especialmente nerviosa. Lo aguarda en la sala- él ya conoce el camino muy bien- pero no puede estarse quieta. Se levanta y va hacia la puerta. Cuando la abre, choca su cabeza en la barbilla de Don Alfredo.

Tiembla desconcertada. Él inmediatamente le toca la frente para ver si hay herida. Se acercan peligrosamente.

Y como contra la potencia de la naturaleza nada podemos hacer los seres humanos, sucede lo inevitable.

Se besan. Se tocan. Se desean.

Se asemejan a dos adolescentes, dejando de lado la preocupación por las consecuencias de sus actos. Una bomba atómica que explota su energía condensada.

A partir de ese momento, se encuentran en la institución ocasionalmente. Evitan que se les vea juntos, ya que podrían poner en peligro el proyecto social, y esa nueva culpa, sería demasiado intensa como para afrontarla. Suficiente tienen con sus mentes inquisidoras.

Así que comienzan a reunirse en la casa de Elena. Se entregan sin mesura.

El amor, aún transfigurado, está plantado y ya tiene raíces de encina, profundas. Pero justo a su lado, al cruzar la línea arbórea, el suelo está muerto, empapado con extracto del miedo al rechazo.

La misa se asemeja, ante el nuevo escenario, a una tortura fascista. Elena evita acudir con todas sus fuerzas, por lo que inventa un compromiso de trabajo para los domingos.

Sus padres se dan cuenta que algo raro sucede. Su madre, en concreto, desconfía de la relación que tiene con el diácono, pero no se atreve a preguntárselo directamente. Sobre todo porque teme que su suspicacia esté fundamentada. "Sería un gran escándalo para la familia" , sopesa.

Un día almorzando juntos, la centinela del honor familiar, atiborra a Elena de comentarios suspicaces:

- He estado dialogando con las respetables señoras de la parroquia en estos días... Están muy interesadas sobre el proyecto que estáis llevando a cabo, Don Alfredo y tú. Inclusive algunas se han ofrecido como voluntarias... ¿Capaz pueden aportar algo a la causa, no?- indica la madre

Elena no responde. Con la mandíbula trabada, intenta masticar su comida. No levanta la vista del plato...

- Doña Mercedes, por ejemplo, es muy buena cocinera. ¿No necesitan una cocinera?-

Elena le echa una mirada de reproche a su madre. En verdad sabe que ella intuye algo atípico y que esa es su forma de socavarlo. De nuevo no responde. Entonces brama su padre:

- ¿¡A ver Elena, no le vas a contestar a tu madre!?

Elena respira hondo. Siente como el aire circula por sus nervios agarrotados,  descontracturándolos un poquito. Entonces dice:

- Bueno mamá, voy a ver si necesitamos alguna ayuda en concreto y te lo comunico.- responde Elena a regañadientes
- ¡Perfecto! Te pido que lo averigues durante esta semana. Así, para el próximo domingo, nos encontramos en la Iglesia y cerramos los detalles... Nuestras amigas están impacientes por colaborar en las actividades sociales de la parroquia.
- Además, es un orgullo para nuestra familia que tengamos un papel de liderazgo en este tipo de actividades- indica su madre, de manera pomposa.

Elena escucha sus comentarios punzantes cual navajas. Lo único que piensa es en cómo va a esquivarse de las propuestas de su madre.

Comenta lo sucedido a Don Alfredo. Calculan que no hay otra salida: van a tener que aceptar la colaboración de las respetables cotorras para no generar más sospechas.

El domingo siguiente se asoma. Van juntos a misa. Tras varias semanas desaparecida, Elena tiene que justificar su alejamiento ante la audiencia aprensiva.

Es un soldado frente al enemigo sin armas para defenderse. Teme ser descubierta y tener que encarar los dedos recriminatorios que tanto abomina. 

A lo lejos, el diácono. Él intenta pasar desapercibido. Sin embargo una de las señoras lo avista, lo agarra del hábito y lo trae al grupo de debate.

Elena no se atreve a mirarlo. Enfoca sus ojos al suelo y se queda callada. El diácono intenta decodificar el aluvión de ideas que surge de entre la nube de sílabas atropelladas.

En un momento toca a Elena en el hombro y se miran cómplices. Las señoras se percatan. Disfrutan del olor a carnaza. Elena repasa con la vista la expresión de los rostros presentes. Al notar la duda imperante, dice impulsivamente:

- Necesitamos una cocinera y una coordinadora para el proyecto. Sobre todo ahora que tenemos ya 3 grupos creados y pretendemos crear otros más.-

Entonces las señoras- diputadas en ese congreso parroquial, adonde votan o deniegan leyes- se ponen a discutir sobre quiénes de ellas están aptas para realizar las tareas propuestas. Terminan por relegar, temporalmente, a su hambre de chismes a cambio de su sed de estatus.

Elena mira de soslayo a Don Alfredo y suspira.

La situación se complica. A partir de ahora habrá diversos testigos que podrán denunciar el crimen que cometen los delicuentes del amor y del orden.

Así que en uno de los encuentros apasionados, Elena se descarga en llanto. No soporta más tener que huir, esconderse.

Don Alfredo la consuela, abrazándola contra su pecho.

- Llevamos juntos 8 meses- suspira...
- ¿Hasta cuándo vamos a tener que ocultarnos?- dice con la voz tomada por el llanto.

Don Alfredo no responde. Está paralizado, con el semblante polar. Elena se percata y rauda se distancia

- ¡¿Es que pretendes seguir así?!- grita desesperada.

La mirada de Alfredo se nubla. Indicio de las dudas que lo azotan.
- No sé Elena, no sé... Yo debo mi vida a la iglesia. Ellos me cuidaron desde muy chico, ya lo sabes... suspira

Elena no puede contener las lágrimas. Chilla, rebelándose porque Alfredo renuncia a su vida en detrimento de una gratitud exacerbada hacia la iglesia.

"¡Estoy condenada a sufrir los agravios del rechazo a causa de aquello que repudio!", grita desconsolada. 

Le duele, fundamentalmente, su propia culpa. Se pellizca, en un ataque ira, a modo de punición insensata, consecuencia del letargo fantasioso en el que está inmersa...

En verdad, se castiga por el hecho de haberse sometido a los caprichos de la máxima autoridad, a través de la figura del diácono.

Alfredo la mira desconcertado, extenuado.

Entonces dice Elena:

- Observo que dudas qué elegir. Comprendo, en cierto modo, tu encrucijada. Tendrías que abandonar tu labor parroquial. Abandonarías a tu "madre" y encima sería considerado un divorcio frente al juicio de muchos...
-Sin embargo, las evidencias de nuestra relación son casi innegables. Todos sospechan. Mi madre lo sabe... En la iglesia, todas las cotorras, lo han notado. En cualquier momento el Sacerdote se enterará.

En el aire de la sala flota un dolor añejo, el de la penitencia de un amor imposible, cuyas almas regresan a lo largo de los siglos.

Alfredo mira por la ventana, de espaldas a Elena, y dice:
- Siento haberte involucrado en esta emboscada... Confieso que no he podido resistirme a la tentación.-

Elena atónita exclama:

-¡¿Es que soy solo una tentación para tí?!
- No... La tentación ha sido la de una pasión tan fuerte e inesperada...- confiesa sin girarse.
Apenas te digo que me une un amor sincero a la orden, a mi labor

Elena da vueltas en la sala, bailando como una peonza descontrolada. Alfredo la mira y, compungido, concluye:
- Necesito tomar un cierto tiempo para reflexión. Creo que va a ser lo mejor para los dos.

Elena, carente de argumentos, asiente sin dejar de llorar. Y agrega:

- Es mejor que te vayas ahora.

Alfredo se va, cabizbajo.

Tumbada en el suelo, se encierra en posición fetal. Le duelen las entrañas. Ve todo oscuro. En medio de esa opacidad solo centellea el verdor de los ojos de Don Alfredo, todavía presente.

Pasan un par de meses, unas cuantas misas, sin noticias de Elena. "Se ha ido de vacaciones", dice su familia.  No saben más qué decir. Elena se ha sumido en un profundo ostracismo: no contesta el teléfono, no abre la puerta de su casa, no va a comer los domingos, no acude a misa.

Con la única que habla es con su amiga, la Dra. Patricia. Va contadas veces a la institución. Todos creen que está enferma.

Patricia le mantiene al tanto sobre el andamiento del proyecto; se ha hecho cargo de asesorar a los niños de la Dra. Elena temporalmente.

Ya no hablan sobre Alfredo. Es un tema proihibido.

Pasan largas horas al teléfono, rememorando viejos tiempos.

- ¿Te acuerdas cuando fuímos a la playa y se te rompió el vestido porque lo enganchaste con el tirador de la puerta del baño del restaurante?
- ¡Sí, tremenda vergüenza! Menos mal que tenía un suéter para atar en la cintura. Se me rompieron 4 botones... jajajaja. Recuerdo los chicos que conocimos... ¿Te acuerdas? Pedro y Jorge... A mí me gustaba Pedro pero, aún no entiendo porqué, no te gustaba Jorge- recuerda Elena
- Ay, no sé... Era muy alto...
- ¡Pero sí era un bombón! Además de inteligente, caballeroso, divertido.
- No estaba de humor...-
- Bua, hoy en día sigues repitiendo lo mismo: no estoy de humor. ¿Acaso tienes miedo de intentar otra relación después de Gustavo?
- Si, quizás sea eso, quizás sea eso.... ¿Tarifa es increíble, verdad?- Patricia cambia de tercio discretamente

Largas horas de nostalgia. Horas que, según los misterios de la ventura, marcarían el presente y, sobre todo, el porvenir. En un minuto determinado, al ritmo de los punteros del destino, Elena declara: 

 
- Amiga, estoy embarazada-
-¡¿Qué?! ¿Estás segura?- Patricia grita boquiabierta
- Sí, sí, segurísima.-
- Wow... ¿Y ahora, qué vas a hacer?
- Me parece que lo mejor sería contárselo a mis padres, en primer lugar... Ya llevo 18 semanas de embarazo...
- ¡18 semanas! ¡¿Y cómo no me lo has contado antes?!- recrimina Patricia
- No sabía qué quería hacer. Y necesitaba tomar una decisión propia, sin influencias de ningún tipo.- le explica con cariño.
- Bueno, de acuerdo, te entiendo. Aunque me entristece que no me lo hayas confiado antes- comenta a desgana

Tras unos breves minutos de asimilación:

-¿No sería mejor contárselo a Alfredo?- pregunta Patricia.
- ¿Para qué? Si está claro que no le interesa... No me ha vuelto a buscar...- dice Elena con resentimiento
- ¡¿Qué importa?! Opino que tu bebé tiene el derecho de saber quién es su padre, no?....
- Sí, tal vez, pero ahora prefiero estar tranquila. Evitar un carrousel de emociones que puedan perjudicar al bebé.
Nunca pensé que pudiese quedarme embarazada... Con mi edad, descartaba que ocurriera.
- Bueno, así son las cosas... De todos formas, es una notición...¡Te doy mis más sinceras felicitaciones!- exclama Patricia
- ¡Muchas Gracias querida! En verdad, pese a toda la confusión que implica, es una dádiva en mi vida..- afirma Elena.
- Sin dudas, sin dudas. ¡Además voy a ser tía!- brama contenta Patricia.

Cuelgan el teléfono. Elena se siente aliviada. Por lo menos ha compartido las buenas nuevas con alguien de confianza. No se lo había comunicado a nadie hasta ese momento.

Pocos días después de la fatídica llamada, Elena sale a pasear con sus perros por el barrio. Le encanta disfrutar de las vitales noches de verano. Se sienta en un banco del parque, mientras sus caniches pululan por el césped, jugando juntos.

De pronto, causalidad o casualidad, ve a su padre que la saluda mientras se aproxima. Se abrazan. Él sienta a su lado.

- ¿Qué te ha pasado? ¿Ya no nos quieres más?- dice el padre consternado
- No papá. Claro que los quiero. Es que he estado replanteándome mi rumbo...-

Su padre, eterno debutante en el arte de la conjugación de emociones y expresión, la mira con cariño sin decir palabra. Elena se la retribuye y recrimina a Estrella que está arrancando con los dientes las flores de un cantero.

- Ay esos perros. Son como niños traviesos- Elena indica con ternura
- Sí, sí. ¿Son como hijos para tí, no?
- Sí... Supongo que todavía sí...- dice misteriosa

El padre no registra el tono dubitativo de su hija. Llaman a los perros y caminan juntos a casa de Elena. "Tu mamá está muy preocupada por tu salud, tu estado anímico", señala el padre. Al fin la convence de visitarles el próximo domingo.

Tiene sus propios planes. Todavía no sabe cómo abordará el asunto de su embarazo. Lo único que sí sabe es que la noticia tendrá una repercusión de amplio espectro.  "Una auténtica catástrofe" , Elena reflexiona temerosa.

Así que se arma de valor y acude a la cita dominical. Dado la extraordinariedad del evento- la hija única fugitiva regresa al nido de cuidados y juicios- no falta nadie de la familia: padres, tíos, primos.

Hay una mezcla agridulce en el ambiente. "Seguro que algunos piensan que me volví loca. Bueno, que me volví loca del todo, puesto que siempre han pensado que estudié psicología por mi psique especialmente neurótica". Su sentido del humor siempre ha sido un escudo ante la falacia de la apócrifa comprensión.

Se acercan, la besan, destartalados le preguntan cosas, todos a la vez. Hasta que la madre de Elena anuncia: "la comida está lista. ¡A la mesa!"

Al fin, un brisa de silencio. Se sientan los comensales. El show está por comenzar...

El padre descorcha un vino de cosecha tardía, de la prestigiosa bodega Vega Sicilia. Están de celebración.

Sirve con aplomo el líquido de rubí intenso en todas las copas. Es el momento del brindis.

Enarbola la copa en lo alto, y declara: "por la unidad infranqueable de la familia De la HOz".

Por la familia, gritan todos. Y sorben un trago de vino. Menos Elena.

Y perante los ojos de águila de su madre, ese gesto no pasa inadvertido... 

- ¿Es que no vas a probar el vino? Tu padre lo compró para esta ocasión...

Elena empieza a sudar. Mira alrededor de la mesa y se percata que todos la están encarando. En un desgarrado grito de libertad, pronuncia firme:

- Estoy embarazada-

El living se convierte de inmediato en una caja de Pandora. Elena representa el bello mal que trae la gracia o la desgracia a los hombres. O al menos a su familia.

La madre no tiene dudas, está esperando un hijo del diácono. Pero prefiere no pronunciarlo. La mira con amargura.

Su padre desencajado le pregunta:

-¿Quién es el padre?-
- No importa. Lo voy a criar sola.-
- ¿¡Cómo que lo vas a criar sola!? ¿Es que el padre canalla no se hace cargo ?
- No, no, el padre no sabe nada. No se lo he dicho-

Su padre se bebe de un trago la copa de vino llena y sigue en tono serio:
- Elena... ¿No pretendes contárselo? Tiene el derecho a saber...
- Es que pienso que no puede asumir el bebé- suspira Elena
- ¡¿Pero por qué?! ¡¿Es que está casado?!

En ese momento interrumpe la madre:
- El padre de la criatura es Don Alfredo, el diácono de la parroquia.-

El padre de Elena mira a su mujer. Sus ojos emiten llamaradas de fuego intenso:

-Elena... ¿Es cierto lo que afirma tu madre?

Elena asiente. Se queda agarrotada, clavada en la silla, mientras observa que el rostro de su padre se enciende como una hoguera. Su madre tiene las manos sosteniendo su frente, que está voltada hacia la mesa.

Los tíos no se atreven a hablar. Apenas siguen la coreografía impuesta por la situación.

El padre se va a su despacho. Se encierra. La madre sacude su cabeza, negando la realidad o reprobándola. Se levanta y se va a la cocina.

Los únicos que se mueven, ajenos a las circunstancias, son sus primos. Comen sin remordimiento mientras los adultos sopesan sus acciones.

De a poco, tíos y primos van marchándose. Saludan a Elena con cariño, sin citar el motivo de la discórdia.

Tan solo una de sus primas, de 12 años, se acerca para agarrar su chaqueta colgada en el respaldo de una silla, le da un beso a Elena y susurra: ¡Felicitaciones guapa!  Y sale de puntillas para que no la sorprendan con el gesto "indebido"

Elena sonríe, alzando las lágrimas posadas sobre sus mejillas.

En un instante se queda acompañada de la mesa repleta de comida y de las partículas de tensión que exhala el ambiente. "Mejor me voy", concluye.

Con sus padres no habla desde ese almuerzo. No la buscan, ella tampoco a ellos. La única persona con la que mantiene contacto es Patricia, puesto que también se ha distanciado de la institución.

Sin embargo, en un determinado punto, Elena regresa a su labor caridosa. Acepta su destino y se consuela con el amor de su segunda familia... Por lo menos ahora, durante las vacaciones de verano, puede circular por la institución mostrando su panzota de 7 meses sin que la vean.

Aguarda ansiosa la llegada de su primogénito. Patricia le ayuda como si fuera una santa, o un marido.

- Elena, en algún momento, tanto a los niños como a todos los asistentes de la institución, vas a tener que decir quién es el padre de tu bebé.- Patricia señala precavida.
- Sí, es cierto... Tengo que inventar algo. Tal vez un extranjero, que no vive en el país.- analiza Elena.
- ¿Por qué no dices que es de Alberto, tu ex novio de la facultad que vive en Londres?
- ¡Excelente idea! No creo que nadie se acuerde de Alberto, ni tampoco sepan adonde vive... Listo, eso diremos...
- ok, eso diremos- contesta Patricia.

Amanece Noviembre. Y el mundo, la sociedad de cómicas costumbres, da la bienvenida a Ernesto. Un niño saludable y grandullón que inmediamente lustra el corazón de su madre, sacándole el brillo antes oculto por una capa de frustración. Elena luce muy feliz.

Con el transcurrir de las semanas, y pese a la insistente petición de Elena, Patricia ha tomado otra decisión. Va a visitar a los abuelos de Ernesto.

Así que aprovecha una mañana, en la ella está amamantándolo, y va sigilosamente a la casa de la familia De la Hoz. Toca timbre. Atiende la mamá de Elena.

- Buenos días Doña María, soy Patricia, amiga de Elena-

Nadie responde. Parece inclusive que el tráfico haya parado de circular dado el silencio que impera. Patricia insiste.

- Sí Patricia, ya te he escuchado. Sube- Y le abre la puerta Doña María

Patricia va subiendo las escaleras del edificio antiguo. Elegante, posee paredes altas, techo de madera de roble con rosetones esculpidos, y ventanas angostas como las de una fortaleza. Por éstas, entra una luz tenue que ilumina los peldaños y le brinda una pizca de misticismo al entorno.

Patricia, mujer de carácter osado, se prepara anímicamente para cualquier tipo de reacción. Si bien tiene su discurso estudiado, conoce a Doña María y es consciente de que puede resultar muy testaruda e incisiva.

Doña María abre la puerta, la saluda y la conduce educamente hasta el living.

- Te puedo servir un café con unas galletitas. ¿Te apetece?
- Si usted se sirve, yo la acompaño- indica Patricia

Doña María prepara la mesa. Agarra la cafetera caliente con las manos trémulas y sirve dos tazas. Se sienta enfrente a Patricia.

- ¿A qué has venido?- pregunta Doña María sin preámbulos
- Bueno, ¿por dónde empiezo? - Patricia sopla una bocanada de aire que viene directo de sus pulmones y prosigue:
- Elena ha dado a luz hace 1 mes- 
- Sí, ya me lo he imaginado- dice Doña María con tono indiferente
- Se llama Ernesto- añade Patricia omitiendo el evidente desprecio.
- Bua, menudo nombre le eligió a esa pobre criatura- descarga Doña María al levantarse súbitamente.

El cuerpo de Patricia reacciona, a ese impulso de Doña María, como si se tratara de un alerta sobre una calamidad cercana.

Doña María, descarilada, empieza a soltar el ácido que le corroe por dentro desde que se enteró del embarazo de su hija.

- ¡Un hijo a los 46 años con el cura de la parroquia! ¡Adónde se reúnen todos nuestros amigos!
Un borrón de pintura barata sobre el brasón de los De la Hoz... ¡Una infamia! ¡Un sacrilegio! ¡Un delito consumado contra la Santa Iglesia!- Y empieza a toser sin mesura, de un modo que sus ojos están a punto de saltar del globo ocular

Patricia logra ponerse de pie, pese al agarrotamiento de su cuerpo, para calmar a Doña María. Le sirve un vaso de agua con azúcar.

- Doña María, Elena siempre ha querido tener hijos pero ha dedicado toda su vida a satisfacer a los demás- indica Patricia de forma apaciguadora.

El destino interpuso en mi camino, digo, en su camino, a Don Alfredo...

Doña María, aún recuperando el aliento, le pregunta:

- ¿Elena te ha pedido que nos contaras que su hijo nació?
- No.... En verdad piensa que ustedes no quieren saber nada de ella... Después del último encuentro, se imagina que... 

Y le interrumpe Doña María:

- ¿Entonces ha sido una decisión tuya contármelo?- refuerza
- Sí, quizás esté equivocada pero... me parece que es saludable que ustedes vuelvan a convivir-
asevera Patricia.
- Ya, ya... No sé cuáles son exactamente tus intenciones. Nunca he comprendido muy bien la notoria abnegación que tienes hacia mi hija... En cualquier caso, fue Elena la que decidió no tenernos en cuenta en sus decisiones, por lo tanto en su vida- dice Doña María con amargura.

Patricia se calla. Sabe que de nada sirve aclarar que no fue intención de Elena magullar el apellido familiar, puesto que sería establecer una charla cuyos individuos hablan idiomas distintos. Además se expondría personalmente, porque también duda del motor de la intencionalidad de Elena.

Así que, conociendo a Doña María, apela a otro tipo de recursos.

- Mi ahijado es un niño precioso- comenta Patricia con cariño
- En la familia De la Hoz tenemos una apariencia armoniosa, distinguida. Se debe al buen linaje- dice Doña María ya un poco más tranquila.
- Sí, doy fe, doy fe- enfatiza Patricia partícipe.

Y aprovechando el clima un poco más relajado, le pregunta:
- ¿No tiene ganas de ver como luce su nieto?

Doña María no responde. Dirige la mirada a una foto que está sobre un velador junto a la pared. Es una foto de Elena cuando chica.

Patricia remarca: "Elena es una mujer preciosa. Desde chica ya era guapa"

Doña María mira a Patricia con los ojos vidriosos, empañados en llanto.

- Es mejor que te vayas- le pide sin más.

Patricia considera que la semilla se ha sembrado y que ahora es más sabio dejarla sola. Así que la saluda, agradece su hospitalidad, y se marcha.

Ernesto está cada vez más rechoncho, ahora ya con 4 meses, se le ven dobleces por todo su niveo cuerpecito.

Elena lo lleva a la institución cuando le toca trabajar. Además, Ernesto adora a Patricia, su madrina, y se pone muy contento cada vez que la ve.

"Patricia es la mejor segunda madre que mi hijo puede tener. El amor que nos une es sincero y longevo", reconoce.

Últimamente, Elena se esquiva de las personas. Sobre todo de Alfredo, puesto que no quiere que se le desvele su secreto mejor guardado y, que le se note el sangrante resentimiento que emiten sus ojos delatores.

Patricia, a sabiendas de las implicaciones, de vez en cuando le insiste a Elena que cuente la verdad a todo el mundo. Pero se niega.

Y la rueda de la vida gira, en conjunto con los pareceres. Una noche en su casa, suena el timbre. Elena atiende:

- Sí, dígame-
- Elena, somos tus padres, abre la puerta por favor.- dice Doña María en tono conciliador.

Elena se paraliza. Parece una niña que, tras cometer una travesura, se esconde detrás de la cortina, recelosa de su castigo.  Mira a Ernesto que duerme plácidamente. Se viste y les abre el portal.

Ordena la casa, mientras su pensamiento pilota curvas en alta velocidad.

Llegan con un ramo de flores. Elena recuerda su primera bicicleta al verlas.

- ¡Hola hija!- dicen ambos padres al unísono
¡Venimos a conocer a nuestro hermoso nieto!

Elena llora de emoción. Se dan un abrazo desarmado, bañado en momentánea aceptación.

Pasan una noche muy especial. Se escuchan el bullicio del vuelo ágil de las currucas, de la vitalidad de la calle, de los corazones jubilosos.

En un momento, distraída jugando con su nieto, Doña María suelta: "¡Pero sí que eres guapo, tiene mucha razón tu madrina!". Entonces Elena mira automáticamente a su madre y le pregunta sin más:
- ¿Por qué han venido a visitarme? ¿Acaso Patricia les ha convencido?
- Bueno, una vez estuvo en casa- balbucea Doña María.
- Aunque venimos porque te amamos y queríamos conocer a nuestro nieto- ataja el padre 
- ¡Lo sabía! Patricia me ha mentido, me ha ocultado que les hizo una visita. Le había rogado que no se metiera...
- Bueno, no pasa nada...Le movieron buenas intenciones... Se nota que te quiere.- indica el padre, restándole importancia al suceso.

Elena busca al roble consejero. Siente un enojo perturbador por la actitud de Patricia.

Sus padres quieren recuperar el tiempo perdido, así que Doña María insiste en acompañar a su hija y a su nieto, por las mañanas, cuando caminan hacia la institución.

Al día siguiente, Patricia observa que Doña María llega junto a Elena y Ernesto. Espera a que se aproxime Elena, considerando que le hizo un gran favor.
Elena, a medida que se acerca, va poniéndose seria. La sonrisa de satisfacción de Patricia se va convirtiendo en una mueca transtornada.

Elena le agarra del brazo y la lleva a su salita. Cierra la puerta.

-¿Me he enterado que has decidido accionar por mí, no?- con voz lacerante
-Pues no realmente... En verdad solo les he comunicado que su nieto había nacido...- responde Patricia cohibida.

-Sí, sí... El problema no es el haberlo comunicado. Has traicionado mi confianza... Eres la única persona que sabe todo de mi vida, para la cual no tengo secretos. Tu actitud me hace dudar de tu rectitud...- profiere Elena como si dictara una sentencia.

Patricia está desorientada. No esperaba esa reacción.
- Pero... Doña María les ha acompañado hasta aquí. Parecían contentos...- susurra Patricia
-Sí, estamos contentas. Es la abuela de Ernesto, al fin y al cabo... El tema aquí es que contigo, estoy decepcionada- dice Elena mientras se miran mutuamente.

Patricia agarra a Ernesto y lo menea entre sus brazos
-Yo... yo lo he hecho con buena intención..- dice  mientras se le caen las lágrimas

Elena se apiada de su amiga, y luego de calmarse un poco, la tranquiliza:
- Todo bien, todo bien... Sé que no lo has hecho por mal... Solamente para asegurarme: ¿No le has contado a nadie quién es el verdadero padre de Ernesto, verdad?-
- ¡NO! ¡Te prometo que no se lo he contado a nadie!
- Mejor... No quiero más acusaciones retorcidas.- dice Elena preocupada.

Patricia se seca el rostro, la abraza y le dice:
- Yo te quiero mucho...-
- Yo también Patricia, yo también-

Y los días siguen transcurriendo en aparente normalidad. Si bien que negar la existencia de una verdad candente, cubriéndola con paños fríos, no evita que se asome el humo. Entonces en una mañana, Elena está en su salita concentrada, y súbitamente ingresa Alfredo sin pedir permiso.

Naturalmente se asusta, dado que es un comportamiento atípico del diácono. Su sobresalto está apenas comenzando...

Alfredo se acerca, pone sus manos sobre la mesa, con el cuerpo inclinado hacia delante. Encara a Elena que está sentada, enfrentada a él.

-No sé por donde empezar... No sé si me sorprende más que hayas mentido a todo el mundo o si me ofende especialmente que me hayas mentido a mí... -
- ¡¿Es que no pretendías decirme que soy el padre de Ernesto?!- declara el diácono indignado

Elena no se inmuta. Tiene el semblante abúlico frente al rostro endurecido de Alfredo.

-ok, ok, parece que también pretendías ocultarle a nuestro hijo su origen paterna... Me supera tu postura... Sabes lo perjudicial que puede llegar a ser para un niño la ausencia de sus padres... Y sobre todo eres consciente de cómo este asunto toca una fibra particularmente dolorosa en mi caso... - dice Alfredo entristecido.

- Sí, sí, lo sé... Pero también me había quedado claro que tu no querías formar una familia conmigo... Elegiste la orden, ¿Te acuerdas?- señala Elena agriamente

- ¡Desconocía que íbamos a tener un hijo juntos!-

- ¿Qué importa? No quisiste reconocerme como tu mujer, tu pareja, por el precio que te costaría. ¿Por qué lo harías con un hijo? El precio a pagar sería inclusive más alto: tendrías que reconocer tu falencia ante las normas de la orden y, además, que no tuviste la dignidad de actuar de forma prolija, evitando el engaño a lo largo de tanto tiempo... En resumen: tan solo te desligarías de tus labores parroquiales por una causa de fuerza mayor, un hijo; no sería la actitud más honrada que digamos...-

- Sí, es cierto, es una situación compleja. No obstante quiero reconocer a mi hijo como tal. Ya he hablado con el sacerdote y él amablemente va a permitirme seguir ejerciendo mis labores parroquiales, así como mi papel como padre de Ernesto.- proclama resolutivo

- Ah, muy bien, muy bien... De modo a que vas a convivir con un secreto a voces, con la hipocresía inherente a la organización religiosa que privilegias... Me parece estupendo- dice Elena recriminadora.

Alfredo se siente aún más ofendido. Nota que en los ojos de Elena prevalece ahora el dolor. Se siente imcomprendido.

- Bueno, en otra ocasión podemos debatir sobre las acciones que efectúo en mi vida... Sin embargo me gustaría construir otro tipo de relación con mi hijo. Te ruego que lo evalúes. Mañana te busco a esta misma hora.

Elena asiente. Alfredo se va.

En la salita, mientras recuerda el poder que antes le ejercía la mirada de Alfredo, ahora disipado, le absorve una duda repentina... "¿Quién se lo ha contado?; solo pudo haber sido Patricia", cavila Elena.

Entonces instintivamente va a buscarla.  Está en la cafetería.

- ¡Me has jurado que no se lo habías contado a nadie!- grita Elena fuera de sí.
- ¿De qué me estás hablando?- contesta Patricia perpleja
- ¡Alfredo acaba de estar en mi sala!-

Todos los presentes están atentos. Patricia mira alrededor y se aviva.

- No me parece oportuno charlar sobre este asunto aquí. Vamos a mi despacho.

En el despacho, Elena sigue gritando, acusándola.

Patricia mengua su voz, arrugada de pena.

- No me acuses... Estoy siendo honesta. No sé lo he dicho a nadie-
- ¡Solo puede haber sido tú!
- A lo mejor fueron tus padres...- agrega Patricia.
- ¡No, no puede ser! Mis padres jamás tendrían esa actitud tan osada... Para ellos es una deshonra colosal, y consideran que Alfredo es un impresentable... No se atreverían...

Elena está envenenada y convencida. Se va del despacho con un portazo, exigiendo que Patricia se distancie de ella y de su hijo.

Patricia se queda llorando, ofendida. Cree a pies juntillas que ha sido Doña María que ha corrido la voz. Y claro, la verdad ha llegado a los oídos del diácono. "Porque es evidente que Alfredo no le ha dicho a Elena quién se lo ha contado", piensa.

Elena sabe que tiene que darle una respuesta a Alfredo mañana. En su mente fluctúan dos pensamientos: Ernesto tiene el derecho de saber quién es su padre y de convivir con él. No obstante, la presencia de Alfredo, que antes le era tan grata, ahora sabe a foto en la pared. Un momento pasado que se asoma para convertirse en presente y romper la armonía que se ha formado.

Le gusta su vida como está: Ernesto, Patricia, sus padres, sus niños, la institución. "Ya no hay espacio. Esa es mi verdadera familia", concluye Elena.

Como ya se ha anticipado, Alfredo se presenta en la salita de Elena a primera hora. Ella lo invita a sentarse.

- Está bien. Me parece que es lo mejor para todos que construyas una relación amorosa con nuestro hijo- dice Elena
- Me alegro mucho que hayas llegado a esta conclusión- indica Alfredo
- Sí... ¿Entiendo que seguirás con tus labores como diácono, no?
- Así es, cómo te he dicho ayer, el sacerdote ya está al tanto y, aunque condena mi actitud pasada, ve de buen grado mi compromiso hacia mi hijo.

Elena agarra unas fotos de Ernesto, de recién nacido, para mostrárselas a Alfredo.

Se conmueven. Los une el amor por su hijo enlazado a los buenos principios.

Entonces la convivencia entre Alfredo, Elena y Ernesto se va afianzando según pasan la semanas. Patricia padece la tortura de los celos; parece un pájaro condenado al confinamiento que se golpea contra las rejas, angustiado.

Se cruzan en los pasillos y Patricia pierde el norte. Ponzoñosa susurra al pasar:

- Me parece muy bonito que me hayas usado y ahora me descartes como un trapo sucio-

Elena se para de repente y le recrimina: "me parece mejor que charlemos como adultas"

Patricia mira furiosa detrás de las lágrimas de pena, y dice: "charlemos pues"

Alfredo espera la confirmación de Elena y se va con Ernesto indicando que vuelve en un rato.

Se meten en una sala desocupada. Elena empieza a hablar:

- Han pasado ya varias semanas desde que nos desentendimos. Confieso que mi confianza hacia tí ha sido afectada, sobre todo por la visita a mis padres sin mi consentimiento. Pero te echamos de menos, Ernesto y yo.

Patricia se relaja un poco, aunque algunos fantasmas siguen pululando en su cabeza.

- ¿No te ha confesado Alfredo quién le contó que es el padre de Ernesto?
- No... Me dijo que fue durante la confesión de una fiel y que le está prohibido compartir su identidad.-

- Yo he intentado comunicarme contigo por mucho tiempo, pero me has ignorado... ¿Sabes que no he sido yo la chivata, no?
- Ya sabes como soy. Me aislo para procesar los sucesos... Pero me he dado cuenta después que probablemente no fuíste tú, ya que no frecuentas la iglesia...

- ¡Claro!- exclama  aliviada.

Sin embargo aún no ha aclarado su mayor duda...

-¿Están Alfredo y tu juntos nuevamente?-

- No, no. Me ha sucedido algo gracioso... Yo estaba completamente enamorada de Alfredo. Me sigue pareciendo un hombre maravilloso. Pero hoy, no me siento atraída para nada. Él no cambió, intuyo que ha sido mi percepción de él la que ha cambiado...- reflexiona Elena

- Esas cosas pasan... La pasión tiene un poder inusitado, desde luego-
- Sí, la pasión, la soledad, el deseo de formar una familia al fin de cuentas-
- De cierta forma ha sido un acto de liberación de tus deseos... Tienes un hijo precioso. Una bendición
- Sí, definitivamente. Durante estos últimos tiempos medito bastante sobre mi historia con Alfredo-
- Es saludable que reflexiones sobre ello- dice Patricia con aire profesional

A Elena le hace gracia la postura de Patricia, y sonríe rompiendo el hielo

- He llegado a la conclusión que, de alguna manera, yo estaba obsesionada en demostrar que no se trataba de una pasión prohibida... Tal vez por orgullo...- confiesa Elena

- Quizás como otro acto de rebeldía hacia tus padres- señala Patricia.
- Posiblemente, posiblemente... Me conoces muy bien Patricia- 
- Son muchos años de relación. Para mí eres más que una amiga... 
- ¿Somos una especie familia con Ernesto, no?-
- Sí... Podemos serlo en todo el sentido de la palabra. Te confieso que tu relación con Alfredo también me ha servido para despejar viejas dudas....- Mira a los ojos de Elena mientras se declara abiertamente.

Elena, sin pensarlo, le da un abrazo prolongado. Patricia le huele el pelo y le dice:
- ¡Cómo echaba de menos el olor de tus cabellos!

Elena se aleja paulatinamente:

- Alfredo vuelve en cualquier momento con Ernesto... Nos pueden ver...  
Me encantaría que nos visitaras mañana por la noche. Puedo cocinar nuestro plato preferido- dice afectuosa

Patricia asiente con el rostro iluminado.

Elena, como de costumbre, va a necesitar su tiempo para permitir que florezca el sentimiento maduro, antes mutuamente reprimido.

Afuera, en el pasillo mientras aguarda, Alfredo charla con su hijo de casi un año, como si él pudiera comprenderle.

- No se lo debo contar a nadie pero, espero que me perdone el Señor, este será nuestro secreto de padre e hijo-

Ernesto le agarra el cuello de la sotana, tirándolo con fuerza.

Alfredo se ríe, mientras saca la manito de Ernesto

- Gracias a tu prima, bueno a la confesión de la prima de tu mamá, supe que eres mi hijo... Pobrecita, se sentía muy mal por haber felicitado a Elena, como si hubiese cometido un terrible pecado...- señala, mientras le besa la frente

- La providencia divina estaba presente en esa confesión, desde luego- asevera Alfredo mientras le arregla la ropita

- Así es la vida hijo mío... Todo ocurre según los designios de Jesucristo, nuestro Señor. Sin dudas, sin dudas... 





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