El deseo a veces se enmascara de amor necesario, intolerante y superficial.
El propio derecho divino a ser felices nos avala juicios y acciones que, en verdad, nos alejan de la pureza del sentir aceptación, acercándonos a la posesión.
El sentimiento de piedad, por ejemplo, puede surgir del rechazo a lo que es naturalmente distinto a cánones o dogmas culturales determinados. Así observamos que detrás de esa piedad reside la angustia del miedo.
El miedo a la imperfección, considerada como penitencia, como una aberración de la naturaleza, es finalmente sinónimo de fracaso. Un fracaso medido según la vara social en la cual uno se encuentra inmerso, o del grado de perversidad que se aprendió.
Al fin y al cabo, sí somos seres emocionales, alimentamos nuestro espíritu a través del intercambio afectivo.
Ya sea amando a la difunta perfección o a la real imperfección, en cualquier caso y pese a las diferencias de interpretación, buscamos el valor de la ternura que mantiene a nuestros corazones tibios... y vivos.
* Ensayo corto sobre el libro "La Mujer más pequeña del mundo" de Clarice Lispector.
Clarice Lispector es considerada una de las más importantes escritoras brasileñas del siglo XX
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