Había algo mágico en aquella noche,
como si pudiera sentir los átomos que jugaban entre sí,
descargando latigazos eléctricos
en el despejado cielo veraniego.
Las flores alrededor de la escalera,
enfiladas en vasos de cerámica local,
se movían jubilosas, acompasadas,
exhibiendo una armónica coreografía
Se sentía la brisa del puerto cercano.
El viento emitía una suerte de lenguaje sin vocales,
hablaba a las flores que tiritaban de pacífico placer
y reflejaban el fulgor lunar en sus pétalos coloridos.
Había algo mágico en aquella noche,
El foco de luz sobre la escalera,
las hojas caídas del árbol en sus peldaños,
nos invitaban a unirnos a la escena,
para completar ese cuadro romántico
que parecía armado adrede...
Como si los besos, abrazos, rodillas ancladas,
fuesen los únicos movimientos permitidos;
como si mostrasen, dentro de la finitud del gesto,
los rasgos esenciales de lo eterno.
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