martes, 6 de agosto de 2013

La playa

Fue hace poco, en una noche de febrero, antes de la semana de carnavales. Un noche de verano especial: el plancton centelleaba a la luz de la luna, desde el horizonte hasta la orilla, como si el mar proyectara una sonrisa blanca, infinita, hacia el cielo estrellado.
La brisa y las olas formaban un dueto a capela; el agudo viento y el grave océano entonaban una canción de dos acordes, como un mantra. Yo caminaba descalza, ojos cerrados, jugando con los granitos de arena entre los dedos de los pies, sintiendo la brisa marina que tocaba mi rostro. De pronto escuché un ruido raro; miré alrededor, vi algunas gaviotas que se sumergían y salían veloces del mar; concluí que el ruido provenía de sus maniobras, de sus graznidos. Seguí caminando, distraída con el vuelo de los pájaros, con el oleaje espumoso, hasta que un brillo fugaz se asomó por detrás de una gran roca, a unos trecientos metros de distancia, y me llamó la atención. Decidí acercarme de a poco. Tras avanzar bastante, cuando ya estaba bien cerca, me asusté al ver un hombre delgado, no muy alto, salir en estampida de detrás de la roca. Observé que se alejaba a toda prisa; en un momento se detuvo a buscar algo que se le había caído de las manos.

Me sentí vulnerada por el silencio que reinó después del susto. Percebí que una ráfaga de viento helado, brumoso, conquistaba repentinamente el terreno de mis confidencias. Sentí miedo, como si la soledad tan deseada se convirtiera en amenaza misteriosa. Mi curiosidad, no obstante, fue superior a mis temores, entonces me acerqué a la roca.

Por primera vez me atrevo a volver aquí. El mar hoy tiene un azul ensombrecido y las estrellas me parecen un campo de minas, pequeñas bombas prestes a explotar. La playa está iluminada como entonces, con una luna llena imperiosa, anfitriona de espíritus, guía de su camino en el más allá.
Me acerco a la gran roca nuevamente, siento el agua fría entumeciendo mis pies y mi corazón latiendo con fuerza. La bordeo; la luz lunar la ilumina y casi se asemeja a una lápida de granito. La escrudiño un poco: finalmente encuentro las huellas de sangre, de esa noche de verano, del grito sofocado, del hombre que huyó impune.

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