viernes, 31 de agosto de 2012

El aire de Buenos Aires

En pleno otoño, cuando todo muere o se transforma, el aire de Buenos Aires se renovó con nuestras miradas. Asumió una función de conductor, o tal vez de mero testigo, y generó a su vez controversia y convergencia: impune cuestionó el lazo que ayudó a establecer - invisible y onmipresente- al revelar  su veta reprochable; pero también nos convenció- puesto que nada, aun en este momento, superó la fuerza del poderoso soplido- que ese lazo contenía la esencia de lo perpetuo: un sentimiento que nunca expiraría, forjado necesariamente en lo sagrado.

Recuerdo esa noche fría, los pronunciados latidos provenientes de sus entrañas: profundos, involuntarios, hasta entonces desconocidos para ambos. Pulsaciones de frescura que nos condenaron, nos enriquecieron y finalmente nos señalaron lo que es el amor: inexpugnable...  Así pues nos embistió, contracorriente y sin previo aviso, con oleadas de ilusión perecedera.
De esa noche, de ese fatídico encuentro familiar, se alimentaron mis noches venideras; ellas albergaron el ambiguo resplandor de la vida, traducido en chispas de anhelo y frustración, persuadido por el instinto perenne de la pasión prohibida.

Ni siquiera tus diez años demás, tu experiencia, nos pudo salvar de un destino irremediable: eras mi tío, el marido de la hermana de mi mamá; cualquier otro tipo de relación entre nosotros, a excepción de la fraterna, era considerada un crimen capital, un pecado mortal.

Descubrimos lo duro que resultaba disimular la emoción, enmascararla de acuerdo a lo que se esperaba de uno. Y, tras batallas infructíferas para evitarlo, al fin fomentamos nuestro áureo secreto cual única regalía, como alas imaginarias que posibilitaron el vuelo hacia la concreción del sueño.  

Volamos juntos, durante muchos años, por el cielo de noches agridulces, teñidas de dichosa, y culposa, complicidad. Vivimos un romance marginado, fundamentado en la verdad y cubierto de mentiras, cuya integridad es incuestionable para mí.

Por lo que hoy, en un nuevo otoño, cuando todo muere o se transforma, la intensidad de nuestras miradas, coronada ya de centenas de estaciones, pulsa etérea, carente de entidad y revestida de palabras que no pudieron ser dichas. 

Solitaria contemplo la noche gélida, a ese pasado tan presente, y ante tu cuerpo inerte, derramo mis lágrimas, mis sílabas mudas, para que las portes contigo al lugar de ensueño que solo tú y yo conocemos. De esta forma, a través de mi reclamo callado, quizás el aire de Buenos Aires que ahora sopla triste, se renueve, se libere y, eternamente, nos vuelva a embestir con oleadas de ilusión perecedera...

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