domingo, 10 de junio de 2012

La hazaña

A través de los lentes rectangulares, proyecta su vida con ordinaria alineación- o alienación, tal vez... Esa línea es la que segmenta su universo miope, traduce su sistema burocrático; un universo de certezas predefinidas, de tácitas teorías.

Así la observa, a través del cristal turbio, con mirada voraz, incisiva, callada. Capta todos los detalles externos, gracias a la maña de los años nutridos de escrutinio intuitivo y disciplinado.

Mira sus manos: la izquierda, la derecha. Podría ser cualquiera, la tuya o la mía... Pero son sus manos: inseguras, rosáceas, litigantes. Manos capaces de componer melodías, uniendo sílabas y acordes en perfecto equilibrio. Ellas reflejan una sensibilidad despierta y hallan, entre las grietas de la rigidez mandataria, su oasis: ese libreto liberador en el cual plasma su voz, en dónde la vuelca visceralmente, en auténtica conexión con el presente. 

Una conexión momentánea, una curva no planeada en los carriles de la razón; se disipa al segundo, perdida entre los restos de la esencia obnubilada por la sombra de la realidad.

Una realidad rutinaria, tosca. La mecánica diaria de cortar fiambre en una tienda familiar.

El hombre con sus lentes, en apariencia, es un gran defensor de las tradiciones. Afirma que son un sacrificio necesario, y gratamente se curva ante el designio de prolongar los más de 35 años que existencia del negocio.

Una rendición que, superficialmente voluntaria, ha relegado su corazón a un segundo plano, dónde apenas se le distingue.  Moribundo, es casi el cuerpo desfallecido de la pasión. En ese plano, los sueños blancos están sucios, agrisados, envejecidos. Solo vibra una luz tenue, que alumbra el papel y el bolígrafo, refugio del convaleciente.

Pero no importa. Su amabilidad y obediencia son vanagloriadas por parientes,  consideradas como el bastión de la buena educación, del modelo a seguir. Ambas apócrifas, caducas, fugaces como una sonrisa automática de buenos días. Una especie de antifaz del dolor; un adorno para la impotencia latente.

Nadie, en verdad, logra descifrar el mensaje detrás de esos rectángulos. Son un escudo que disimula la vulnerabilidad, la incontrolable frustración. Nadie percibe, pues, que en el refugio del doliente, hay un arma cargada.  Ni siquiera su propio portador.

Él, de hecho, asume su personaje. Usa sus dotes artísticas para retratar la imagen esperada. Se enorgullece de ser el modelo familiar, la cordura, la garantía de un futuro próspero. Al fin de cuentas, es de los pocos caprichos que le permite a su ego... Sí, un respiro para una mente atrapada en esa máscara que emula la conducta de otros, tal cual señala la mayoría de sus clientes : "Cada día más parecido a su padre"...

Diferente a su hermano. Éste despegó sus alas en cuanto pudo y dedicó a reconstruirse en solitario.  Un rebelde que hoy es juzgado como un egoísta, ingrato, puesto que renunció al proyecto familiar. Sobre todo por el hombre de lentes rectangulares, que se siente- y se sintió-  traicionado por el hermano mayor. Traicionado por su ídolo, su héroe, antaño su modelo a seguir. Una traición que le magulla tan aguda como su propia culpa inconsciente.

Su hermano también estima a la familia. Y vuelve al nido, tras algunos años de ausencia aventurera.  Cuenta historias fantásticas, sobre culturas lejanas, romances apasionados y experiencias inolvidables. Cautiva a la audiencia, admirada y expectante por alguna novedad específica que, sin duda, lo trae de regreso a casa. Todos lucen muy contentos, salvo el hombre de lentes rectangulares. Su mirada es, como de costumbre, ininteligible. Sus manos, no obstante, denotan un nerviosismo ascendente.

Así que en un momento, el hermano mayor anuncia la buena noticia: van a publicar su primera novela. Hay un silencio decisivo, unos minutos de incertidumbre para el portador de la novedad. Él busca la aprobación de su familia. El logro no sería completo si no es reconocido, también, por sus afectos. De a poco, los susurros de felicitación van surgiendo. Hasta el papá del clan, dueño del "imperio" al que su hijo abdicó, termina por decir: "Creí que ibas a ser un vagabundo de por vida pero veo que algo útil has hecho. Estoy orgulloso de ti".

En ese preciso instante, del otro lado de la mesa, se escucha el ruido de una copa que se rompe. Las manos temblorosas del hombre de lentes rectangulares, están cubiertas de sangre. Él ha partido la copa, en un arrebato de ira enfocada. Se levanta de inmediato, va a la cocina. Los demás cruzan miradas atónitas, preguntándose el motivo de tal ímpetu. Detrás del herido, va la madre aprensiva. Lo encuentra acalorado, ensimismado, mirando fijamente el agua que corre por sus manos ensangrentadas.  Se acerca con un trapo para limpiarle. Ella percibe que la noticia le ha afectado de una manera perturbadora.
-Déjame verte las manos. ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué estás tan colorado?- indaga la madre
- Nada, me sorprende que ustedes aplaudan la dejadez de mi hermano en relación a su familia- responde con amargura.
- Pero dejémoslo estar. Ya sabes cómo es tu hermano... Él ha hecho otras elecciones, y nuestra tienda sigue en pie, gracias a tu sabia gestión.- dice la madre contenedora.
- Sí, estoy condenado a una vida de trabajos forzados, a una cárcel disfrazada de labor...
- ¡Pero si eres un ejemplo! El hijo que toda madre quisiera tener- refuerza su madre el papel que le corresponde...

Mientras recuerda algunas líneas borrosas de su rol de buen samaritano, se dispersa por unos segundos

- ¿Por qué no lo felicitas? Es tu hermano... ¡Además eres un chico bueno! -   la madre recita nuevamente su oración preferida

El hombre de lentes sale de la cocina con el mismo arrebato que lo ha llevado a romper la copa. Va en dirección de su hermano y le dice provocador:

- Mis felicitaciones... ¡Finalmente vas a poder ganar algo de dinero y dejarás de vivirnos!

Al hermano mayor se le nubla la apariencia. La sonrisa da lugar a una mueca de desagrado.

- Bueno, sí, siempre he ganado algo de dinero pero ahora ya no tendré que pedirles ayuda... Pero, dime,  ¿no te alegras por mi mérito?-
- Digamos que me alegro que al menos tú hayas podido realizar un sueño... Aunque una idea rumiante me persigue: creo que alguien debería pagar el precio por mi vida desgraciada. Yo ya no tengo más monedas...- responde enardecido.
El hermano mayor se le acerca con el afán de abrazarlo. Él lo empuja, lo tira al suelo. La madre se asusta y grita. El padre intenta detenerlo. Hay forcejeo, también lo tira furiosamente contra un mueble.
La madre estira su mano trémula, rogando que se detenga. Pero el hombre, ahora ya sin lentes, no responde ni siquiera a su nombre. Vuelve a la cocina. El hermano va detrás, tratando de tranquilizarlo. Toca su espalda. El hombre sin lentes gira bruscamente, portando una de las herramientas en la que es diestro: el cuchillo de cortar fiambre. El hermano se aleja aterrado. Lo encara sorprendido. Observa como el rostro carmesí, sin lentes, delata el compás acelerado de sus venas pulsantes. Ese rostro transmite un mensaje claro, a la vez que sombrío.
- ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan enajenado?
- ¡Me robaste la vida! Yo tuve que mantener a nuestros padres, mientras nos abandonaste para vivir un sinfín de peripecias... Y encima vienes ahora a restregármelas en la cara...
-No he venido a restregar nada, vengo a compartir...- intenta hablar el hermano pero es interrumpido por los alaridos del rostro carmesí.
-¡Soy tu víctima! Te di mi vida para que pudieras disfrutar de la tuya... Para que pudieras cumplir mi mayor sueño frustrado...

Habla sin mirarle a su hermano, camina de un lado a otro mientras enarbola el cuchillo como si fuera la extensión de su brazo. Y sigue:
- Aquí estoy: lo único que me queda es aceptar mi papel de ejemplo, de hijo perfecto; resignarme a la  vida hueca, con encefalograma plano, a la que me veo obligado a afrontar. Y encima, pese al poco fundamento que la sostiene, también quieres ocupar esa posición. No... ¿Cómo nadie se da cuenta de tu avaricia?- y se larga a llorar con una ferocidad inusitada.
La madre al verlo así, cruza el soportal de la cocina para consolarlo. Cuando le toca la cabeza, él se levanta abruptamente y le agarra del brazo. Se lo aleja con violencia. El hermano mayor reacciona con el fin de defenderla. Se le acerca de frente, en postura amenazante.
El hombre sin lentes, baja la cabeza, mira sus pies, y sin meditarlo, observa como su mano derecha ensagrentada le clava el cuchillo en el estómago... El hermano cae, en posición fetal, y pinta el piso de la cocina de horror. 
El hombre sin lentes suelta el cuchillo y empieza a golpearse la cabeza. Se acurruca en un rincón, temblando ante el horrendo espectáculo. La madre gimiente, grita descontrolada y pide auxilio. El padre llama a la ambulancia.
El hombre desnudo y acurrado, es ahora la triste imagen de la traición que ha repudiado. Al fin de cuentas siempre fue, y continuará siendo, la víctima de su propias decisiones...

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